Cartografía de los afectos
Una foto vieja y rota, un pueblo de infancia donde los límites entre las casas no tienen nada que ver con el derecho a la propiedad y para un niño el campo es igual, siempre que pueda recorrerlo, ir de casa en casa o cruzar a la cancha de fútbol para medirse con amigos y rivales de ocasión. Tiburcio es el nombre del pueblo y también de este documental de Cristian Pauls, en el rol de director antes que de nieto de Dora, su abuela que tras fallecer dejó una casa en Tiburcio y nadie supo más nada de esa casa donde el director pasó algunas vacaciones, tampoco de sus ocupantes o de la historia de Dora con un misterioso hombre que aparece en una foto cortada.
No hay rostro para identificarlo y entonces Cristian Pauls se viste de detective o al menos juega a eso tal vez como recuerdo de infancia y pregunta a cada habitante para revelar el misterio, preguntar y dibujar un mapa con un itinerario posible y así encuentra historias, anécdotas y la antojadiza selección de recuerdos, que al igual que una foto rota trazan huellas imperfectas para la memoria.
Y más allá del tiempo perdido y ese pasado que ya no volverá, el documentalista se hace preguntas y las comparte con cada uno de los rostros que completan la cartografía de los afectos. En la distancia también a veces resiste el olvido cuando la proximidad con el otro no conoce de límites, alambrados o espacios privados.
La muerte siempre acompaña a Cristian Pauls como esa pregunta inevitable que se piensa, pero también en algunos momentos se puede sentir como aquella sensación agridulce que transmite una foto al confrontarnos con el paso del tiempo y por supuesto con la presencia de la ausencia.
Tiburcio nos transporta hacia ese pueblo, nos desnuda la intimidad y también la necesidad de volver en busca de olores o tal vez sensaciones que se pierden cuando uno abandona la niñez para hacerse fuerte y seguir adelante en la irregular cartografía de la vida.