Primer largometraje de ficción de la documentalista Susana Nobre, Tiempo común fue producida integralmente por una cooperativa y tuvo una celebrada première mundial en el Festival de Rotterdam, siempre atento al cine menos convencional.
Enfocada en el objetivo de no borrar los rastros de las condiciones de realización de la película y también resuelta a no imponerles una psicología preconcebida a sus personajes, la directora portuguesa consigue contar una experiencia siempre intensa -la vivida por los padres primerizos con su hijo recién nacido- con un estilo austero y un volumen deliberadamente moderado.
En línea con la tendencia que viene marcando el pulso del cine alternativo de la última década, este film de apenas una hora coquetea con el documental, renuncia a la dramaturgia empujada por el despliegue de conflictos entre sus personajes y avanza, en cambio, al ritmo pausado de la construcción de conversaciones cotidianas cuyos tópicos no por ser usuales son necesariamente irrelevantes: la vida conyugal, la rutina hogareña, los recuerdos familiares.
De esos materiales ordinarios está hecho este valioso experimento audiovisual que entre sus virtudes nos dice que el cine puede ser algo más que aquello que vemos repetirse sin cesar en la cartelera local con la excusa de que su función primordial es apenas entretenernos.