Unidos por la miseria.
Fuera de sus dos nombres listos para pegar en los posters, cuesta creer que Tiempo de Caza (Killing Season, 2013) no esté condenada a las góndolas del material directo a DVD. Hace años, el proyecto parecía mostrar promesa: originalmente bajo la dirección del gran John McTiernan (Duro de matar, La caza del Octubre Rojo), el film iba a ser una excusa para reunir a John Travolta y Nicolas Cage tras el éxito del delirio de John Woo que fue Contracara. Pero entonces Cage se bajó, McTiernan se borró y Travolta fue el único en mantenerse en la producción, que recién años después logró sumar a Robert De Niro. Por desgracia, para ese momento Travolta y De Niro ya eran sólo sombras de quienes fueron hace décadas. Bajo la mano de Mark Steven Johnson (quien viene de los ridículos fracasos superheroicos Daredevil: El hombre sin miedo y Ghost Rider - El vengador fantasma, así como la inerte comedia romántica La fuente del amor), y un guión digno de olvidar, este duelo de actores en caída entristece bastante.
Tras un breve y premonitorio (al menos, en cuestión de su temible calidad) prólogo situado en la Guerra de Bosnia, el film presenta a Benjamin Ford (De Niro, otra vez haciendo el acto de anciano gruñón en clave de sí mismo), un veterano de guerra estadounidense que vive aislado de todos en una cabaña internada en los montes Apalaches. Su soledad, causada por las heridas de guerra que aún quedan dentro de él (tanto metafórica como literalmente), es interrumpida por la sorpresiva llegada del ex-soldado serbio y supuesto turista Emil Kovač (Travolta, que interpreta a su personaje con la misma credibilidad de un antagonista de James Bond), con quien comparte una noche amistosa de historias de caza y Jägermeister. Estas escenas, que establecen la floja psicología de sus protagonistas, son lo más decente del film; decente, claro, si ignoramos como John parece salido de audicionar para ser villano de Rocky y Bullwinkle, si no le prestamos atención al sonambulismo de Robert, y si pasamos por alto la blanda dirección de Johnson.
Al día siguiente, Kovač y Ford salen a capturar presas, pero el europeo no tarda en revelar su verdadera historia: en realidad, él era un criminal de guerra que el americano creyó haber matado en sus años como coronel, y que tras casi dos décadas de búsqueda apareció para combatirlo, lograr que confiese sus crímenes de guerra y despacharlo. Es así como se da inicio a la más improbable de las luchas, con los dos ancianos intercambiandose en los roles de cazador y cazado con una serie de torturas que incrementa en estupidez y inverosimilitud.
Es obvio que Johnson y el escritor Evan Daugherty (Blancanieves y el cazador) fueron inspirados para estas partes por el trauma causado por films setentosos como La violencia está en nosotros y El francotirador, que emplearon el shock para estudiar la cultura moral de su época. Sin embargo, los responsables de esto no tienen idea de como hacer eso, y deciden presentar estos fragmentos como si se tratara de una secuela no autorizada a El juego del miedo. Tampoco ayuda que De Niro y Travolta no estén dispuestos de interés o físico para estos intercambios, y que el intento del realizador para cubrirlos sea inútil (el uso obvio de dobles de riesgo, cortes flojos, tomas de archivo y terribles efectos especiales es algo que plaga al film).
Pero la razón por la cual todo termina de desplomarse es como los traumas de la guerra son usados como excusa para lo que, esencialmente, es un sangriento capítulo en carne y hueso de los Looney Tunes. Todo hasta los últimos veinte minutos, donde la producción se vuelve un melodrama que abusa de su público con simbolismo barato y una moraleja que parece un chiste tras lo visto antes. Así concluye una tortura, dentro y fuera de la pantalla.