Torturame que me hace bien
Hay dos clases de torturas que atraviesan el universo maniqueo de Tiempo de caza (Killing season), proyecto que por cambiar de manos en la dirección y en el elenco resulta más que penoso en el balance final.
La primera tortura es la del espectador que deberá soportar una trama esquemática que gira en torno a la venganza de un soldado serbio (John Travolta), quien tras 18 años de búsqueda da con el paradero de otro soldado norteamericano (Robert De Niro en reemplazo del rol para Nicolas Cage), integrante de un cuerpo de la OTAN que había intervenido en 1995 en el conflicto entre Bosnia y Serbia.
La segunda tortura es la explícita que abraza los elementos del gore, método de expiación de pecados y culpas que ambos adversarios utilizan en beneficio propio exhibiendo su cuota de sadismo y la irremediable naturaleza asesina que los hermana de cierta manera.
Ese detalle de la confraternización, sumado al paso del tiempo, es lo que provoca la risa nerviosa en el público que con absoluta justicia puede preguntarse si le están tomando el pelo o sencillamente si se encuentra ante una película mediocre como la que nos atañe.
Es exactamente lo que sucede promediando la segunda mitad del film: un retroceso preocupante a lo políticamente correcto porque no pueden morirse ninguno de los dos protagonistas por una lisa y llana especulación comercial. Es decir, el maniqueísmo más absurdo en pos de una reflexión antibélica más absurda aún.
Por otra parte, la mala elección de casting en el caso de Robert De Niro que ya no está para estos trotes –no está para trotar directamente- vuelve tan inverosímil esta suerte de cacería humana con plus redentor incluso para aquellos momentos donde se aprovecha la hostilidad del terreno y la tensión de esa lucha por sobrevivir en los bosques, donde se intercambian roles entre presa y cazador, es poco convincente.
Tiempo de caza es un flechazo tan desviado que habría que preguntarse si Hollywood está perdiendo la puntería.