El amor y el mundo que nos toca
Hay varias capas de sentido en esta película de Catherine Corsini, directora francesa que en estos días preside el jurado de la sección Cámara de oro del Festival de Cannes. La historia de amor entre dos mujeres de diferente origen social y personalidades también divergentes le sirve a la experimentada cineasta para abordar una cantidad de tópicos que vincula con inteligencia y precisión: el feminismo, las luchas sociales de los 70, las diferencias profundas entre la vida en el campo y en las grandes ciudades, los prejuicios morales e ideológicos...
Delphine, hija de un matrimonio de campesinos, trabaja palmo a palmo con los varones de su entorno rural, sobre todo después del problema de salud que alejó a su padre de sus tareas habituales. Carole es una militante feminista, vive en el efervescente París de los 70, con los ecos del Mayo Francés todavía resonando. La casualidad propicia un encuentro entre ellas, y a partir de ahí se desarrolla una historia de amor tórrida y tormentosa que deberá sortear más de un ataque externo y pondrá a prueba el temple de cada una.
Los personajes protagónicos, cuyos nombres homenajean a dos fallecidas feministas francesas, la cineasta Carole Roussopoulos y la actriz Delphine Seyrig (figura de Hace un año en Marienbad, de Alain Resnais), tienen sus propias batallas individuales: cómo vivir una sexualidad libre en un entorno hostil y con la oposición férrea de una madre extremadamente conservadora, en el caso de Delphine; cómo adaptarse a los poco amables contactos con ese mundo que, para una parisina politizada, parece de otra época, en el de Carole.
Cuando la historia se desarrolla en ese ambiente cargado de las tensiones propias de la vida privada y se decide resueltamente por el melodrama (la "parte rural", digamos), la película funciona mejor que en sus secuencias citadinas, demasiado subordinadas a los clichés de la mujer combativa. Corsini maneja con mucho más solvencia la intimidad que la descripción del zeitgeist de la época, excesivamente simplificado, carente de matices. Pero encuentra un sostén importantísimo en la solidez de tres actrices muy ajustadas. Noémie Lvovsky compone con mucha autoridad a esa mujer desalmada y reaccionaria que Delphine descubrirá en su madre a partir de su relación con Carole, interpretada con gracia, ligereza, emotividad y erotismo por Cecile de France. Pero es Izïa Higelin, también conocida por su trabajo como cantante, quien más se luce, jugando con mucha pericia el rol de esa chica que debe sufrir la presión de los apolillados mandatos familiares. Por carisma e intensidad, el trabajo de Higelin recuerda al de Adèle Exarchopoulos en La vida de Adele, otra historia de amor entre mujeres plagada de dolor e incertidumbres.