Una mujer joven manejando un tractor, luego realizando otras faenas rurales, postura corporal muy masculina, trabajo arduo, termina su tarea a la par de su padre, quien la increpa en el sentido de que si sigue tratando a los jóvenes de esa manera no se va a casar nunca, ella responde en voz baja, para que el espectador escuche, más no su padre: “Nunca me voy a casar”
Esta es la apertura del filme “La belle saison”, algo así como “la buena temporada”, de la directora Catherine Corsini, cuyos antecedentes más conocidos por estas tierras son “El ensayo” (2001) y “Partir” (2009). Nos encontramos en Francia, transcurre el año 1971, nuestra heroína, Delphine (Izïa Higelin), viaja a Paris y se encuentra con un estado de situación totalmente opuesto a su vida cotidiana, en plena revuelta, la lucha por la igualdad de derechos, los albores de un movimiento feminista encubriendo en sus entrañas, la lucha por la igualdad de derechos de la comunidad homosexual. A su juego la llamaron.
En un encuentro casual, y no tanto, conoce a Carole (Cecile de France), una activista por los derechos de la mujer que convive en pareja con Manuel (Benjamin Bellecour), un artista de vanguardia y comprometido. Pero si algo debía pasar, lo fortuito se hace presente y Carole se descubre en un sinfín de sensaciones de placer y goce cuando Delphine avanza sobre ella.
El resultado de esta experiencia es que la necesidad de estar juntas hará que todo se modifique en sus vidas, más aún cuando Delphine debe regresar a la casa de sus orígenes porque su padre ha sufrido un accidente cerebro vascular quedando casi en estado vegetativo.
En este punto es que, más allá de la discriminación de que son objeto, estas dos mujeres en esos años, y en un ámbito rural, la narración se cierra sobre si misma como una historia de amor ardiente con escenas de alto contenido erótico.
Si se pudiera pensar en algún punto de contacto con “Azul en otros colores” (2013), más conocido como “La vida de Adele”, sólo está puesto en juego por las escenas de amor, pues mientras que Adele es un canto a la búsqueda del amor como concepto, en éste es una afirmación por parte de Delphine sobre su elección sexual, y es a Carole a quien se le precipita un cambio cuando comienza a descubrir el verdadero lugar de su goce.
Es por algunos detalles que se presentan en la cinta que permite entrever en este texto fílmico un cierto homenaje, sobre todo por los nombres de sus personajes, a Carole Russopolos y Delphine Seyring, a quienes se le supone una historia de amor oculto, la primera, una directora suiza de documentales, pionera en la lucha por el feminismo, la segunda, actriz libanesa reconocida por su actuaciones en “El año pasado en Marienbad” (1961), de Alain Resnais, y “El discreto encanto de la burguesía” (1972), de Luis Buñuel, entre otras.
Realización de estructura clásica, con un muy buen diseño de arte, la ambientación es prodigiosa, y las actuaciones del dúo protagónico es magistral, muy bien acompañado por los secundarios. Un detalle importante es el casting, el parecido entre Delphine y Monique (Noémie Lvovsky), su madre, es prodigioso.
Una banda sonora acorde y un montaje tan clásico como su estructura narrativa, sin demasiadas búsquedas estéticas y recursos en tanto manejo de la luz, la elección de los planos o la posiciones de cámara, si el filme venia diluyendo su potencia dramática a medida que transcurrían los minutos, el final termina de hundirlo en la medianía general.