Libertad a la orden del día.
Precisamente, sobre el tópico al que hace referencia el título de esta nota avanza el último largometraje de la directora francesa Catherine Corsini, quien deja entrever aquí -tanto por la construcción del guión como del arte- su inclinación política a favor del Mayo Francés de 1968. En aquel contexto sociocultural los derechos de la mujer eran vulnerados descaradamente hasta que surgió un movimiento feminista que, pese a los prejuicios de la época, proclamó la igualdad de género. Tras una ardua batalla ideológica, las mujeres lograron afianzar su rol social. Y, como si esto fuera poco, también combatieron la homofobia. Esta arista es la que Corsini elije para encarar su guión.
La sinopsis correcta sería decir que un 80% del film gira en torno a los pormenores de un amor lésbico protagonizado por Delphine (Izïa Higelin) y Carole (Cécile De France), dos mujeres que pese a pertenecer a clases sociales diferentes descubren que juntas son una buena combinación. Por ello deciden enfrentar las ideologías latentes en la sociedad para que su amor prime ante el mandato social impuesto en esa época: Delphine es una joven campesina que trabaja con sus padres en una granja pero sueña con ir a París para independizarse del entorno conservador (los padres desean que se case con un granjero); Carol es una ferviente militante feminista, parisina y profesora de castellano que lidera un grupo de lucha y vive con su novio, con quien comparte sus ideas revolucionarias hasta que conoce a Delphine y todo cambia. El guión es contundente con su relato pro-homosexualidad y la artística lo sostiene a la perfección pero hasta aquí no encontramos nada nuevo. Películas de género LGBT como Lost and Delirious (2001) y Better Than Chocolate (1999) ya hondaban en estas cuestiones.
Sin embargo, la historia encuentra un elemento que la hace única dentro del género: el 20% restante del relato juega con el concepto del tiempo. Apunta al público adulto y hace hincapié en el presente, en el “aquí y ahora”, sin importar qué sucederá cuando la verdad (o las revelaciones) salgan a la luz. Así, pareciera sugerirle al espectador que valore el poder de la toma de decisión individual, haciéndose cargo de la misma sin que el entorno social lo influencie porque, cual metáfora, “el tren no pasa dos veces” y si se elije equívocamente -a veces- puede ser demasiado tarde para revertir el destino. En esta sintonía de espacio/ tiempo, acompañada por una fotografía maravillosa, la directora abre diversos frentes y con ellos múltiples preguntas en función a la dificultar para definir al afecto. ¿El amor se piensa o se siente? ¿Si el mandato social no lo aprueba, hasta dónde uno puede llegar? ¿Pesa más la felicidad personal que la familia?
Así Tiempo de Revelaciones logra su cometido gracias a las excelentes actuaciones de las protagonistas y puede verse a las claras, con cierto optimismo, que la sociedad en buena hora avanzó en cuestiones socioculturales. No obstante, faltó jugar un poco más con la construcción del guión y los personajes. Sobre todo porque se trabaja sobre un contexto donde la pasión que movilizó a las mujeres a luchar hasta el cansancio por sus derechos en los años 60 y 70 fue mucho más que un simple acto de rebeldía. La directora trabaja esa militancia mediante excesivas escenas eróticas lésbicas, pero hay mucha más tela por cortar para no caer en el trillado amorío entre mundos paralelos al estilo Diario de una Pasión (The Notebook, 2004).