Caminos y elecciones
Hay dos secuencias seguidas que contraponen fallas y logros de Tiempo muerto. En la primera, vemos a Franco (Guillermo Pfening), quien está obsesionado con volver a ver a su esposa recientemente fallecida, anotando desesperadamente lo que necesita para conseguir su objetivo. Es una escena que pretende mostrar la espiral emocional del protagonista, pero que sólo puede informar esto a través de la banda sonora, porque las imágenes están lejos de transmitir eso. La siguiente secuencia es onírica y está construida, con total acierto, desde un punto de vista subjetivo: allí el protagonista ve una aparición fantasmal de su esposa, que nunca responde a sus llamados pero lo contempla con ojos vacíos. Se hace presente la inquietud e incomodidad, la fascinación que puede ejercer el cine cuando apela a temores y deseos con los que todos podemos sentirnos identificados.
Entre estos vaivenes transcurre la ópera prima de Víctor Postiglione, quien por esas casualidades que sólo puede dar la cartelera del cine argentino, también estrena esta semana un corto, El plan, que forma parte de Historias breves 12. En ese cortometraje -y también en sus anteriores, Violencia madre (2012), Trata (2010), Oscuro y Par de ases (ambos del 2009)- se nota una preocupación del realizador por mantenerse siempre en una vertiente genérica ligada al suspenso, usándola como vehículo para abordar vínculos interpersonales relacionados con lo íntimo, como lo paterno-filial y la pareja. Tiempo muerto es esencialmente la historia de un hombre tratando de recuperar a su mujer, de recomponer un lazo cortado. Ese lazo se cortó por la tragedia: Julia (María Nela Sinisterra), la mujer de Franco, falleció en un accidente, y la historia que formaban entre ambos se vio interrumpida. Entonces él recurre a una especie de leyenda urbana: un hombre que tiene el poder de volver a hacer vivir a las personas un recuerdo con un ser cercano fallecido, en un fenómeno denominado “tiempo muerto”. El pacto que firma el protagonista puede llevarlo no sólo a volver a ver a su mujer, sino incluso a traerla de vuelta a la vida, aunque claro, no todo es tan simple y el precio a pagar puede ser alto.
Hay indudablemente unas cuantas ideas interesantes en Tiempo muerto, pero sólo de a ratos Postiglione termina de concretarlas con la fluidez y sutileza necesarias. Eso se nota esencialmente en la permanente necesidad de explicar todo lo que sucede (o les pasa a los personajes) a través de diálogos o incluso monólogos, intentando profundizar la veta dramática de la trama, pero sólo consiguiendo un empantanamiento de las acciones. En esto, el personaje que interpreta Luis Luque es muy representativo: está ahí como gancho para disparar el conflicto central o para aportar algunos elementos al relato, pero no tiene vida propia, es apenas un envase para determinadas cosas que el film quiere decir. No molesta, pero no posee verdadero sentido su inserción dentro de lo que se está contando.
Es llamativo el contraste que surge entonces cuando Tiempo muerto concentra su mirada en Franco y las atmósferas que lo rodean, o que él mismo crea con su desesperación, sin descansar tanto en las explicaciones: el film toma verdaderos riesgos y toma caminos verdaderamente vinculados al cine, confiando en la capacidad deductiva del espectador, sin subrayados, con una puesta en escena que es interesante aún cuando no termina de acertar. Si muchas óperas primas fallan porque quieren poner de una toda la carne en el asador, a Postiglione le sucede lo contrario: es demasiado correcto y explicativo en su planteo, y eso le termina restando. La lección a futuro probablemente pase por atreverse más a romper con los esquemas, lo cual no es simple pero seguramente le dará más réditos.