LO INTELECTUAL Y LO EMOTIVO
Una frase que repite mi papá es: “El corazón tiene razones que la razón desconoce”. Cuando era más chico, era consiente de cierta profundidad, pero carecía de su sentimiento. Luego uno crece y comprende que el ser humano, es un ser intelectual, pero también sensorial. Nos motiva el conocimiento, el placer, y es ahí cuando surge una división, si se quiere. La mejor manera de explicarlo, como la vida misma, es mediante un episodio de Los Simpson. Cuando a Homero le extraen un crayón del cerebro, y de repente es un ser inteligente, pero que se encuentra en un pueblo como Springfield, siendo excluido. Negociando volver al Homero que es movido por sus emociones, retomando el statu quo. El estreno de esta semana, Tiempo perdido, entabla un diálogo sobre lo intelectual y lo emotivo, un profesor e intelectual de letras, su maestro ya retirado y una ex compañera del secundario.
Tras varios años, Agustín (Martín Slipak) retorna a Buenos Aires para ser parte de un congreso de Letras. Establecido en Noruega, siendo profesor en una universidad, se ha convertido en un referente en el campo. La ciudad, sus colegas, le resultan extraños, su vida está sumida en reuniones solemnes, conversaciones pedantes y su estudio sobre literatura nórdica. Huye de las charlas sobre el disfrute, su vida se limita al trabajo e investigación. Aprovecha el viaje para encontrarse con el profesor que le inspiró tomar su carrera, como si este tuviera las respuestas de sus inquietudes académicas.
La película termina siendo presa de la solemnidad del personaje que interpreta Slipak, recordando su adolescencia, momentos del secundario, un amor que no se concretó y del cual se encontrará en el presente. La figura más interesante es la su maestro (César Brie), quien supo entender con la edad y la experiencia permitirse vivir, disfrutar, enamorarse, por sobre continuar su carrera. Tiempo perdido acompaña, sostenida en sus intérpretes, un trayecto corto pero que incluso, por momentos, da la sensación de extenderse en demasía.