Simpleza y calidez plasmadas en una historia que se desarrolla en la Patagonia
En la inmensidad de la Patagonia, casi en el límite con Chile, vive Oscar, un tehuelche solitario cuya cotidianeidad se remite a cuidar su tierra y sus animales y a ganarse algunos pesos ejecutando su guitarra en una exclusiva hostería para turistas extranjeros. Su modesto rancho posee un simple mobiliario -una cama, una mesa y algunos elementos con los que él fabrica figuras indígenas que le servirán para ganar algún dinero extra al vendérselas a los visitantes del lugar-, y su existencia está únicamente unida a Felipe, un joven chileno que lo visita esporádicamente para compartir una férrea amistad y para pasar agradables momentos de charlas intrascendentes.
Un día igual a todos los otros Oscar recibe una encomienda transportada por efectivos de la Gendarmería Nacional. Es una caja marcada con el escudo patrio que envía el Ministerio de Desarrollo Social y que contiene, ante el asombro del hombre, un sistema de televisión satelital alimentado por energía solar. De inmediato Oscar comienza a preguntarse el motivo de ese obsequio y de qué manera se debe instalar en su rancho un elemento tan moderno y tan alejado de sus preferencias. Pero allí está Felipe, que, con gran habilidad, logra instalar ese televisor que, de pronto, se convierte en un nuevo amigo para Oscar.
Tras no pocas dificultades, el hombre logra que esa caja luminosa comience a irradiar las imágenes y una de las primeras que aparecen en la pantalla son las pertenecientes al film El gran dictador, de Charles Chaplin. El asombro de Oscar continúa frente a ese aparato que le va mostrando escenas, situaciones y noticias que hasta ese momento él había ignorado inserto en su soledad. El novel director Simón Franco intentó radiografiar a ese tehuelche que siempre se había sentido discriminado, como toda su raza, y que de pronto se ve inmerso en esa novedad que le da el televisor, un adminículo que lo acerca a lo más recóndito de un mundo para él desconocido. El propósito del realizador logró plasmar la vida de su protagonista con simpleza y calidez. No hay en el film rebuscamientos intelectuales para pintar su existencia ni elementos que se aparten de ese personaje de pocas palabras, mirada profunda y ademanes lentos. Hay, sí, una evidente necesidad de mostrar cómo ese televisor afectará la vida de Oscar y de qué otra manera verá el mundo. Con una bella fotografía de Mauricio Riccio y una adecuada música de Luis Díaz Muñiz en colaboración con el propio Payaguala.