Postal de país
Desconfiado, Ramiro Payaguala no le abre la puerta del rancho al gendarme que viene a traer una caja de madera, que lleva sello oficial y escudo argentino. De hecho, el hombre de sangre tehuelche ni siquiera se molesta en entrar la cajota, dejándola fuera del rancho. Será a Felipe, su amigo chileno, a quien el embalaje le despierte curiosidad. Adentro viene una TV satelital que envía el gobierno, junto con un aparato telefónico, a los pobladores patagónicos. En la tele pasan telenovelas, películas viejas, imágenes del presidente Menem anunciando la inminente puesta en marcha del “taxi estratosférico”, que unirá en un par de horitas Argentina y Japón. Payaguala, cuya vida cotidiana no se diferencia demasiado de la que llevaban sus ancestros antes de la llegada de los españoles, contempla entre absorto e impasible, como si las ondas catódicas llegadas a ese rincón chubutense vinieran desde la estratosfera misma.
Presentada en el Festival de Montreal y en Competencia Latinoamericana en la última edición del Festival de Mar del Plata, podría pensarse a Tiempos menos modernos como spin-off patagónico de Cerca del paraíso (Urga), la película de Nikita Mijalkov que terminaba con la instalación de una antena parabólica en medio de la desértica estepa mongola. Basta ver a Payaguala cuerear a una oveja o afinar un pequeño aerófono para que salte a la vista el abismo de tiempos, espacios y culturas que separa al tehuelche del mundo mediático. Sin embargo, el hombre no podrá resistir seguir todos los días una telenovela, tal vez por el embrujo que le produce su protagonista rubia. Hasta el punto de conseguirse un reloj (instrumento que jamás usó) para programarse una alarma que le permita no perdérsela. Pero ese abismo es sólo uno de los ejes que la ópera prima de Simón Franco insinúa. Está también la amistad de Payaguala con el dicharachero Felipe, la intención de un propietario de las inmediaciones de convertirlo en atracción turística y el conflicto, con resonancias de western, que Payaguala sostiene con unos geólogos canadienses instalados en un cerro que para los suyos tiene carácter sagrado.
Filmado con notoria prolijidad y preponderancia de planos generales –que destacan no sólo la imponencia de montañas, nieves y lagos, sino también, quizás, el peso que la tierra y el entorno tienen para el protagonista–, este cruce de documental y ficción presenta sus temas de modo impresionista, evitando desarrollarlos. No habría problema en ello, si no fuera que aquí y allá asoman subrayados de sentido, que se dan de patadas con el registro observacional que prima. Una milonga inicial, con letra “de denuncia” (cantada por el propio Payaguala, que en la vida real es activista y periodista, además de compositor y cantante), las adocenadas referencias a la estupidez televisiva o a la venta de tierras a extranjeros, propias del período menemista, no terminan de cuajar en este marco de deliberada dilución narrativa, dejando a Tiempos menos modernos a medio camino entre el minimalismo y la alegoría, dos lógicas que tienden a la antítesis.