"Tierra arrasada": golpe a golpe
El nuevo documental del director de "El camino de Santiago" enumera las iniquidades del gobierno macrista pero señala también la visión estratégica de Cristina.
Dar testimonio en tiempos difíciles. Sobre ese imperativo categórico de Rodolfo Walsh fue que Tristán Bauer estrenó, en pleno gobierno macrista, El camino de Santiago. Y también en tiempos difíciles el cineasta --ahora flamante ministro de Cultura del nuevo gobierno-- fue concibiendo Tierra arrasada, su nuevo, potente documental de urgencia, que él mismo ha definido como “un retrato de estos cuatro años” de destrucción neoliberal en la Argentina.
Ya desde su mismo título queda claro que el film parte de una fuerte toma de posición política. No se trata de una película que se pretenda objetiva. Tampoco de una que trabaje con sutilezas. Si la táctica militar de tierra arrasada que aplicó la administración Macri sobre todas las políticas públicas fue brutal, también lo es la película de Bauer con esa gestión, a la que desnuda en todas sus prácticas destructivas.
Su principal herramienta de trabajo es el impiadoso archivo: el periodístico, por supuesto, en una época en la que todo queda registrado; pero también el archivo personal, en la medida en que Bauer nunca dejó de filmar en todos estos años y se mantuvo siempre muy cerca de quien es una figura central de su película: Cristina Fernández de Kirchner.
Tierra arrasada comienza con un 2019 de agobio y miseria y se pregunta cómo se llegó a semejante desolación. Y desanda el almanaque como quien presiona la tecla de retroceso rápido y se encuentra con las primeras medidas del gobierno asumido el 10 de diciembre de 2015. Una a una, la película de Bauer va exponiendo de qué modo las mentiras de campaña –“la revolución de la alegría”, “la pobreza cero”—, propaladas por el candidato Macri y potenciadas por un nutrido elenco de estrellas y partiquinos mediáticos, van dejando lugar de manera vertiginosa a medidas que van en dirección proporcionalmente inversa a la de sus promesas.
Como recurso narrativo, la solemne voz en off de Darío Grandinetti, que va desgranando datos y cifras abrumadoras, quizás sea precisa en su enumeración y didáctica en su exposición. Pero sin duda es menos eficiente que la concatenación de iniquidades que trajina la pantalla cuando salta de los dichos del ex ministro de Hacienda y Finanzas Alfonso Prat-Gay ante inversionistas de Nueva York (“El trabajo sucio está casi terminado”) a la excitación frívola de Susana Giménez (“¡Presidente Mau!”); de las palabras soeces del economista adicto Miguel Angel Broda (“¿Se va a ganar guita? Síiii se va a ganar guita…”) al clamor punitorio de Mirtha Legrand, Jorge Lanata y Luis Majul con la presidente saliente (“Hay que meterla presa”).
Aunque Tierra arrasada se ocupa de destacar el papel que jugó en todos estos años la resistencia popular, que la película sintetiza básicamente en la lucha de los trabajadores docentes y estatales, los más atacados por el gobierno macrista, Bauer sin embargo fija un eje que recorre de principio a fin toda la película: Cristina. No se detiene tanto en la demonización mediática y en la persecución judicial, que por supuesto están consignadas, sino más bien en algunos momentos clave, que la muestran no sólo como la gran oradora que es sino más bien en su carácter de estratega y visionaria política.
Cuando Cristina se despide de la plaza el 9 de diciembre de 2015 y le recuerda a cada uno de los que están allí que son dueños de su destino y lo deben hacer valer. En abril de 2016, en su primera citación a indagatoria en Comodoro Py, cuando ante una multitud que desafía la lluvia ya entonces anuncia la necesidad de un “frente ciudadano”. En junio de 2017, en el estadio de Arsenal, cuando lanza el proyecto de Unidad Ciudadana. Y en mayo de 2019 cuando proclama a Alberto Fernández como candidato a presidente del Frente de Todos. Hay una línea recta allí, que desemboca en la recuperación y el triunfo de hoy, que Bauer se ocupa muy especialmente de señalar.
En la columna del debe de Tierra arrasada debe señalarse que el impacto del movimiento feminista, crucial en su transversalidad política y en su enfrentamiento con la cultura patriarcal del macrismo, está sorprendentemente ausente. Es un vacío muy notorio en una película en cuyos créditos –director, guionistas, técnicos-- solamente se leen nombres masculinos. Los movimientos sociales también pueden reclamar por su ausencia en Tierra arrasada, considerando que junto con algunos gremios (como Cetera y Ate, que sí están debidamente señalados) también fueron esenciales en sostener la resistencia al modelo neoliberal. Esas omisiones en todo caso pueden sentirse reparadas en parte por el registro del trabajo silencioso y cotidiano de ese ejército de mujeres del conurbano que se pusieron al hombro los merenderos familiares, cada vez más concurridos ante la expansión del hambre y la miseria.
En un plano formal, la edición por momentos se vuelve demasiado apresurada y trepidante, impidiendo la participación activa del espectador desde un espacio de reflexión, que en un film de esta índole se necesita, y mucho. Lo mismo sucede con la música, que tiende a subrayar incluso aquellos momentos que piden silencio, porque tienen su propia, genuina emoción. Un rostro transido, una multitud abigarrada, una bandera al viento se valen por sí solos y no siempre la película, arrastrada por su propia urgencia, se detiene a darles todo el valor que tienen por sí mismos.