Un comienzo demoledor. Pocas veces se ve algo así. Suena el Himno Nacional Argentino mientras vemos material de archivo (visto mil veces, pero aqui necesario), de las escenas más violentas de la historia política argentina. El bombardeo a Plaza de Mayo, la noche de los bastones largos, el cordobazo, el proceso militar, hasta llegar a nuestros días, con aquel horroroso diciembre del 2001.
Terminado el himno, la cámara se planta en la quietud trascendente del cementerio de la Recoleta, como si toda esa violencia estuviera ya enterrada en un pasado de geografía actual.
Luego, el resto del “Tierra de los padres”, presenta su “qué”. Se trata de la noble intención de recorrer la historia con gente común leyendo una especie de libro de actas, donde se citan frases y dichos textuales de varios personajes de la historia argentina. Este es el “cómo” elegido para transitarla. Una forma que va tiñendo toda la obra de algo sectario y absolutamente discursivo. La idea es demonizar a algunos y ponderar a otros, para darle un marco de “verdad total” a una ideología política en desmedró de la propuesta inicial: mostrar que la historia y sus protagonistas políticos han construido todo esto en un marco de violencia física e intelectual extrema que todavía hoy nos rige.
Cada lector se para delante de las tumbas históricas y lee algo de lo que tal o cual dijo en su momento, rescatando de cada uno sólo lo funcional al discurso. Así, podemos escuchar todo lo que Sarmiento opinaba sobre el gaucho o el indio. Sólo eso, lo demás que haya hecho no importa.
De todos modos es tal la cantidad de lecturas que componen el texto del guión que la redundancia y aburrimiento visual sólo se ven interrumpidas por intercalaciones de escenas donde vemos a los cuidadores del cementero hacer su trabajo, o mitigando la rutina con algún mate o hablando del sueldo. También veremos gatos y alguna paloma.
Es cierto, a su favor se puede decir que el contenido es provocador y la idea es original. Difícil que no le suceda nada (a partir de engancharse con la propuesta), o que algunas fibras íntimas permanezcan impasibles ante la búsqueda de la definición de violencia política en Argentina. En todo caso, lo interesante sería que el debate quede abierto. Al menos es mejor que quedarse con la idea equívoca de que los hombres de nuestra historia están definidos sólo por estas frases o, peor aún, por esta película.
Por cierto, gran secuencia final relacionada con los cementerios. Los que tienen alcurnia y los improvisados por mentes horrorosas.