Espejos del pasado
El cine explícitamente político (vale decir, aquél que hace de la política su centro, pues como sabemos todo cine es político) adquiere por estos días una sorpresiva actualidad en Córdoba gracias al estreno de “Tierra de los Padres”, de Nicolás Prividera, y “Cuentas del alma: confesiones de una guerrillera”, de Mario Bomheker, en los Espacios INCAA de la provincia (la película del director de M se proyectará también desde hoy en el Cineclub Hugo del Carril, ver Agenda). A su modo, cada uno de estos filmes abre un espacio inédito para reflexionar sobre el pasado y el presente argentinos, desde posturas ideológicas diversas: el cine es siempre una invitación viva a pensarnos a nosotros mismos, y ésa disposición ontológica encuentra aquí su máxima expresión.
Debe haber pocos filmes tan ambiciosos como Tierra de los padres. No porque pretenda abarcar 200 años de historia argentina, algo que está fuera de su alcance (y de sus intensiones), sino porque es el primero que intenta hacerse cargo de ése aniversario, de interrogar directamente al pasado para espejarlo en el presente, donde las viejas antinomias vuelven a resonar con fuerza: Prividera interpela a los padres fundadores de la patria para encontrar regularidades, buscar tensiones, clarificar tradiciones e ideas que ayuden a entender los resultados de la historia. Su método es dialéctico y democrático, ya que si bien Prividera tiene una postura precisa (que se explicita desde el inicio, entre otras cosas por un texto que afirma que la historia “puede leerse desde la perspectiva de los vencidos”), evita imponer una visión unívoca al relato. Una posición que se traslada a la puesta en escena, mínima, rigurosa y virtuosa: intérpretes de todas las edades (escritores, cineastas, estudiantes, actores, artistas) leerán aquí 47 fragmentos de textos centrales de la historia política argentina, en la tumba de sus autores, ubicadas en el emblemático cementerio de La Recoleta (aquella “ciudad dentro de la ciudad”), símbolo máximo de la aristocracia argentina. Serán textos de todas las épocas e ideologías, y al modo del montaje ideológico de Eisenstein, el director irá contraponiendo las lecturas en una operación dialéctica cuya resolución no está dictada de antemano, sino que queda a cargo del espectador. El efecto, en todo caso, será siempre esclarecedor, pues la búsqueda de Prividera no es absoluta (el director no pretende abarcar todo, incluso hay ausencias notables como la de Perón), sino que trata de mentar ideas precisas: asistimos así a una historia de la violencia política Argentina, o con más precisión de los discursos que sustentaron la lucha de clases durante todas las épocas (y que justificaron las mayores matanzas de nuestra historia). Se podrá contraponer así la íntima brutalidad de ciertas ideas de Sarmiento con la lucidez atemporal de Alberdi, el fascismo congénito de la oligarquía argentina (en textos de Mitre, Rosas, Lugones, Carlés o Roca, entre otros) con la conmovedora claridad de ciertos pensadores progresistas (Mansilla, Walsh, Evita).
Se podrá vislumbrar (y comparar) también la retórica de cada clase, la poesía que acompaña las proclamas sangrientas o los textos de resistencia, y por ello habrá momentos cumbres: la clarividencia de Alberdi en la lectura número 26, o la ejemplar Carta a la Junta de Walsh (casi al final, en la lectura 42), que sigue estremeciendo aún en nuestros días. Pero Prividera no se limita a filmar a estos muertos aún vivos en nuestro presente, sino que también registra la vida en el cementerio, sobre todo el trabajo de los obreros que lo mantienen, sugiriendo la actualidad de los pensamientos que se escuchan: esos trabajadores de hoy, que mantienen por monedas las tumbas de la oligarquía, fueron los gauchos o inmigrantes de otros tiempos. Un prólogo formidable (un montaje de videos y fotografías de las grandes matanzas de la historia, en blanco y negro, con el himno nacional argentino de fondo) y un final formidable (un plano secuencia aéreo que une a La Recoleta con el otro gran cementerio clandestino: el Río de la Plata) enmarcan conceptualmente las lecturas, y allí se explicita claramente la posición del director.
Menos complejo, pero no por ello menos urticante, es el filme del profesor de la UNC Mario Bomheker Cuentas del Alma, que se enfoca sobre un caso paradigmático de la última dictadura militar: el de Miriam P., una ex guerrillera que fue atrapada en los albores del inicio del proceso genocida, y el 24 de marzo de 1976 se arrepintió públicamente de su militancia en el ERP por la TV nacional, en un acuerdo con los militares para salvar su vida. Riguroso y respetuoso, Bomheker despoja a la película de todo agregado innecesario (apenas una introducción de su voz en off, algún mínimo material de archivo, y un elegante plano del camino hacia la casa de la protagonista) para quedarse con lo esencial: el testimonio de Miriam, quien vive en Israel hace por lo menos 20 años. No se trata de un testimonio reconfortante, pues Miriam revisa críticamente su militancia en el ERP, al que llegó casi de casualidad, es decir por necesidad de pertenencia social, mas no por una posición ideológica o un desa-rrollo de sus concepciones políticas, según aclara. Más allá de los bemoles del testimonio (que sin dudas tiene una dignidad y un valor intrínseco), hay un momento central del filme donde Miriam cataliza el debate iniciado por Oscar del Barco con el libro “No matarás”: confiesa que pudo sobrevivir a su odisea porque nunca delató ni mató a nadie. Aquí está el valor mayor del filme, que abre horizontes pasa tratar un tema considerado muchas veces tabú por los movimientos de izquierda, pero que precisamente constituye el gran debate que aún nos tenemos que dar.
Por Martín Iparraguirre