Jóvenes skaters destructivos en una Serbia de protestas y descontento. Eso es Tilva Ros. Pero, un poco más adentro, también es protagonismo cambiante, multitudes que irrumpen y obligan a abrir el plano, violencia y ternura en simultáneo, cambio, fluidez y transiciones constantes. En la película de Nikola Lezaic todo sigue un camino definido, pero no de forma que sea un sólo paisaje el que pueda verse, sino de manera que sea posible encontrar en un hecho o personaje múltiples lazos y relaciones con todo lo demás.
Ni la contundencia del punto de vista de Toda (Marko Todorovic), personaje dominante, intenso, acaso principal fuente emisora y sobre todo receptora de las mayores destrucciones (emocionales y físicas) consigue limitar el amplio terreno sobre el cual Tilva Ros elige moverse. Y los múltiples travelling y panorámicas no son más que otra expresión de esa voluntad: la de no aislar, la de abrir y hacer converger personajes, relaciones y conflictos para fundirlos en un espacio común. El mejor ejemplo de ese programa es una escena en la que, y luego de que Toda se enoja y se aparta de sus amigos, aparece tras las paredes una multitud marchando. Toda sale caminado, y el grupo entero lo sigue. Al pasar junto a los manifestantes, nuestros personajes se confunden entre otros, hasta que se desvían hacia un supermercado en donde se organizan para destruir todo a su paso. En ese recorrido en patineta, mientras los productos caen de las góndolas, la cámara los sigue a cada uno por tan solo unos segundos, hasta cruzarse con otro de ellos y entonces perderlo, y así sucesivamente.
Al final de la misma escena, los encargados del supermercado llegan y entonces vemos a nuestros protagonistas salir por la puerta de atrás, hasta alejarse en sus patinetas por la calle. Pero el contraplano de los trabajadores en el supermercado nunca aparece. Lo mismo que en los hogares, el lugar de trabajo o la calle, no hay registro de una mirada ajena, extrañada y sentenciosa que pese demasiado por sobre sus acciones. Y allí es donde la película nuevamente se libera de ser capturada rápidamente por una visión que reduzca las particularidades y quiera fundirlo todo a una concepción unidimensional (y en algunos casos, quizás peyorativa) acerca de la juventud.
Así, Lezaic expone la certeza de que es posible encontrar mucho más por fuera de los límites de lo que parece estar cerrado en sí mismo. Por eso es que la pista de skateaparece como refugio, y no como hogar; los dobles de riesgo como confirmación y desconfirmación de una amistad, y no como un simple hobbie peligroso; Toda como una plataforma desde la cual se observa mejor la velocidad de los cambios, antes que protagonista indiscutido. Y el esfuerzo es mucho menos un intento de psicologizar y explicar comportamientos que una forma de observación y comprensión más expandida y menos forzada. Lo que resulta es una especie de danza entre figuras y fondos, que se juntan y se separan, se chocan con fuerza y luego se abrazan, justo en el momento en que, tal como sus personajes, parecían irreconciliables entre sí.