Pocas películas permiten visualizar con tanta claridad y cariño la subjetividad global adolescente de nuestro tiempo como en estas dos ópera primas
A juzgar por películas como Tilva Ros, ópera prima de Nikola Lezaic, los adolescentes del mundo están unidos. Hijos de la era digital, su ser en el mundo no puede ser menos que global. Las nuevas tecnologías los moldean; su cotidianidad e identidad, más allá de las coordenadas simbólicas de una cultura y una lengua, se experimentan y expresan bajo un mismo sistema de comunicación. Lo que pasa en un pueblo perdido de Europa del Este no es diferente de lo que le sucede a un joven de Cruz del Eje, y en pocos segundos, si quieren, lo pueden socializar, publicar, mostrar.
Tras finalizar la escuela secundaria, Toda, hijo de un minero, y Stefan, hijo de un empresario, junto con la bellísima Dunja y otros jóvenes, esperan por un futuro que resulta inestable e incierto. Viven en un pueblo de Serbia, pero podría ser cualquier pueblo del mundo globalizado. Algunos de ellos irán a la universidad, otros no tendrán otra opción que buscar trabajo.
Durante ese último verano sin demasiadas responsabilidades se deslizan con sus skates entre los escombros de una fábrica abandonada o inventan juegos extremos, a veces masoquistas, que suelen filmar para subir a YouTube. No es casual que elijan saltar desde puentes, viajar en el techo de un auto y marcar sus propios cuerpos. La experiencia física y extrema constituye una evidencia de que existen, lo que explica la socialización de los impactos y las proezas en la web: no se trata de exhibicionismo narcisista sino más bien de un impulso por forjar una identidad en un mundo en el que el mercado laboral absorbe el deseo.
Lezaic, cuyos personajes pueden rapear a imagen y semejanza de MTV, elige un procedimiento formal a contramano de esa lógica audiovisual dominante. Los planos secuencia son constantes y alcanzan su perfección en dos pasajes centrales (una manifestación callejera en contra de algunas privatizaciones seguida de una moderada revuelta por parte de los skaters en un supermercado) donde Lezaic, en un control absoluto del espacio (cinematográfico), explicita el contexto político que define imperceptiblemente la subjetividad de sus criaturas a la deriva. El amor que profesa por todos sus personajes es ostensible, lo que no le impide sugerir ciertas tensiones de clase en el seno de las amistades: Stefan y Dunja se filman con i-phones; Toda, con un celular miserable.
Tilva Ros es una película notable. Si en Marte hubiera antropólogos sería ideal enviarles vía dropbox una copia en DVD. En menos de una hora y media sabrían qué significa ser joven a principios del siglo XXI en nuestro planeta.