Ya estás grande, Violetta
Si hay ciertos apuntes críticos sobre lo destructiva que puede llegar a ser la exposición mediática de las estrellas juveniles y la crueldad que desarrolla la industria hacia ellas, todo eso se diluye en un santiamén. Es que “Tini: el gran cambio de Violetta”, va completamente en otra dirección: es el estruendoso intento, logrado sólo a medias, delineado por Walt Disney para “relanzar” a la actriz y cantante Martina Stoessel, popularizada en el último lustro en su personaje de Violetta, a través de su paso televisivo como heroína de la serie homónima.
De entrada, la vemos a Violetta extenuada y sobre todo desencantada con su vida personal y la dirección que ha tomado su carrera. Es muy famosa, de algún modo cumplió su anhelo, pero se siente demasiado exigida. Está en un momento de bloqueo artístico. “¡Sos una estrella!”, le dice su manager, con cierta severidad, cuando la joven le plantea que quiere bajar un cambio. Encima, aparecen rumores de que su novio, también artista, la engaña. Y esto termina de decidirla, quiere vivir una liberación. Le llega entonces, a través de su papá, una propuesta para irse por algún tiempo a una isla de Italia donde una vieja amiga de su papá, Isabella, tiene una residencia para artistas jóvenes, no sin antes comunicar debidamente a sus seguidores que piensa seriamente en retirarse. A partir de entonces, en un entorno paradisíaco, vivirá una serie de experiencias vitales, hará nuevas amistades, conocerá un secreto relacionado con su madre y su propio origen, se reencontrará con el amor de su vida y pasará a una nueva etapa de su vida artística. Ya no será Violetta, ahora será Tini. En otras palabras, madurará.
Caminos y metáforas
Podría argumentarse que cualquier paso hacia un profundo cambio es más bien sencillo si se cuenta con una bondadosa albacea espiritual, una isla italiana de ensueño, un grupo de nuevos amigos dispuesto a poner el mayor esmero y talento, un hombre enamorado capaz de cruzar medio mundo, un padre obstinado en la felicidad de su hija que cuenta con todos los medios que el dinero puede pagar, una madre que ha dejado una carta tan emotiva que casi resulta indigesta. Y sobre todo un megafestival musical que dispone de un escenario espectacular, justito como para “amparar” a una artista en crisis que pretende renacer cual Áve Fénix. Pero no nos olvidemos de la clave: estamos dentro del mundo de Disney, ahí todas las cosas salen bien, los problemas se solucionan, los villanos terminan mal. La vida es simple.
Más allá de contener metáforas tan hermosas como obvias, trabajadas con pulso firme por el director Juan Pablo Buscarini (los pentagramas que se vuelan hacia el mar, el príncipe que llega en su caballo, el pájaro que regresa, el piano que alcanza la luna, la isla de los amores perdidos, el faro encendido) y de ser en extremo edulcorado, el film también es muy sincero: no ofrece otra cosa que lo que las fans han ido a buscar con ansiedad. A Violetta-Tini le construyeron una vidriera para su único y exclusivo cimiento, que incluye escenarios naturales impresionantes, actores dúctiles que se ponen a su nivel (Diego Ramos, Ángela Molina), galanes de buen corazón (Adrián Salzedo, Jorge Blanco) y amigas medio torponas pero fieles (Mercedes Lambre). Y ella se aferra con uñas y dientes a esa oportunidad. Inclusive el final, cuando Violetta ya devenida en Tini se reencuentra consigo misma y en un alarde de efectos visuales se presenta en un recital con sentido consagratorio, es como una puerta que se abre hacia el futuro. Si de por sí le asegura renovada fecundidad a la carrera de Martina Stoessel, es todavía una incógnita.