Es curioso el caso de películas protagonizadas por estrellas de la TV y la música. Muchas de ellas quedan ancladas en un momento histórico particular, y más precisamente, en un instante de la cultura.
Varias han potenciado las carreras de los artistas, y muchas otras, la gran mayoría, terminaron por convertirse en un panfleto armado, exagerado, apurado, con una distancia de la concepción cinematográfica de aquello que llamamos película.
“Tini, el gran cambio de Violetta” (Argentina, 2016) de Juan Pablo Buscarini (“El inventor de Juegos”, “Ratón Perez”, “Condor Crux”, etc.) se ubica en esta línea de filmes que tratan, de alguna manera, de generar un discurso concreto sobre la música y su intérprete y además buscar algún aditamento estético que acompañe la propuesta.
La Tini del título es la archimegaconocida estrella teen Martina Stoessel, quien supo conocer el éxito mundial a través del envío de Disney grabado en el país “Violetta”. Partiendo justamente de este programa (ya culminado), los productores intentaron hacer un puente entre esa serie y la nueva propuesta de la actriz/cantante/star.
Aprovechando en el guión el cruce entre ficción y realidad, “Tini, el gran cambio de Violetta” arranca con una Violetta harta de la exposición y la exigencia de las giras, que en medio de una supuesta “crisis” con su novio, decide patear el tablero y dejar toda su carrera atrás.
Para ayudarla, su padre (Diego Ramos) decide extenderle una invitación que no podrá eludir, ir a pasar unos días a un pueblo de Italia y buscar inspiración en una escuela de talentos dirigida por una amiga llamada Isabella (Angela Molina).
Sabiendo que necesita estar lo mas lejos posible de su ex, de los medios, de sus afectos, Violetta se embarca en una aventura en la que no sólo conocerá su verdadera “voz” interior, sino que, además, podrá saber detalles sobre su origen, los que nunca imaginó que iba a tener.
Buscarini hace lo que puede con un débil guión, que si bien trabaja con ideas relacionadas a perseguir los sueños, el destino, la inspiración y el talento, reposa su mirada, también, muy superficialmente, en la misma industria que produce anualmente cientos de miles de Violetta’s y de la que sólo un par saldrán victoriosas y triunfarán en el mercado.
Si Violetta decide alejarse de los medios y dejar su carrera, es sólo por un impulso que nunca termina de justificarse realmente como algo que internamente necesita, y si la exageración de algunas situaciones que la llevaron a repensar todo principalmente se da por una cuestión sentimental, ese mismo basamento se cae como un castillo de naipes.
Los acompañantes de la Stoessel en ese viaje iniciático de cambio y crisis se embarcan sin conocer el destino, y excepto algunos personajes estereotipados como el galan italiano Stefano o Ludmila, la eterna frenemy de Violetta (con algunos momentos graciosos), están muy medidos y controlados.
La estética de videoclip, la aparición de Tini como nueva “princesa” de Disney (con hasta un pajarito que aparece cuando ella canta con su piano), los planos estilizados buscando una armonía eterna, y los conflictos sin conflictos de los protagonistas, hacen que la propuesta de “Tini, el gran cambio de Violetta” no logre superar la media de películas de este tipo.