Oníricamente rubia
Hay muchos aspectos de Tinker Bell, como personaje y película, que debemos tomar plenamente en serio a la hora de escribir sobre ellos: todas las películas nacen iguales, la reseña comienza cuando termina la película y otros mantras que repetimos con la respiración entrecortada. Pero FANCINEMA lo hizo siempre: llevamos, con esta, cuatro reseñas de una serie de cinco películas, sólo porque un telefilm temático sobre los Juegos Olímpicos llega a nuestros cines recién el mes que viene. Y uno de nosotros irá en soledad a verla al complejo, no importa qué piensen boleteras, empleados y madres que nos observen en el camino. De lo que escribimos después de verla podemos advertirlos, pero frente a entregas anteriores ya hemos señalado varios puntos que atender.
Tinker Bell sigue siendo una hada audaz, decidida, precoz y liberal: siguen las ideas que sus amigas llaman “causas perdidas”, el entusiasmo ingenuo que no sabe de reglas, los caprichos que pueden poner en riesgo vidas ajenas (para esta película llegamos a un desequilibrio estacional de hadas), y los vestidos que nosotros solitos cargamos de sugestividad. Y permanecen en la trama las ideas de explorar lo desconocido, abrir la cabeza a lo que vaya apareciendo y bancar noblemente a aquellos que son compañía en tal camino. Sólo sorprende, pero de haber esperado mucho menos en películas anteriores, el desgano de doblajes y marcas de diseño que ridiculizan a los personajes: rostros y voces resignados a ser puestos en soportes donde no hay lugar para detalles, pero no al nivel de un producto televisivo de salida intensiva al aire, sino de algún demo de videojuego que vino de regalo con una revista infantil en los noventa. La primera película de la serie exhibida en 3D tiene dos campos libres (el veraniego y el invernal, los guetos de hadas que Tinker Bell pretende disolver) para unos pocos travellings hermosos, en un espacio que se presta manso a tal fin, y algo de ese inevitable polvo que siempre producen esas cosas cuando se mueven, chorreando por la pantalla. El resto es un sueño perfecto en dos dimensiones, añejo solamente por ser visto con una definición innecesaria.
No puede caerse sobre una historia que marcha al ritmo que le impone la protagonista. Tinker Bell, sus amigas y el resto tienen la suerte de vivir en un mundo donde bien, mal, verano e invierno están perfectamente delineados, hasta cuando se combinan en una sola persona, y nuestra heroína puede seguir sus corazonadas mientras otros personajes van a encargarse de repetirnos intros y nudos durante toda la película. Estas hadas parecen poder vivir sin intersticios, pasos hacia atrás ni momentos nebulosos, y ni siquiera esa estructura laboral (¿tendrán al menos salarios?), la burocracia clínica o el cambio climático parecen sacarlas del glamour en estado 24/7. Tienen que ver por ustedes mismos, realmente, las contradicciones de un caballito de ventas enviado a señalar una plástica manera de vivir a las nenas llevadas al cine, mientras subraya la necesidad de ampliar los horizontes; que intenta hacer reír con estereotipos horrendos y algunos gags físicos no tan previsibles; que pinta hermosa a la naturaleza y dibuja desprolijos los rostros que la aprecian en vivo. Es preguntarse por qué Tinker Bell necesita ponerle pompones a las botas si tiene que salir hacia un mundo antagónico y frío, donde descubrió que tiene una hermana. Dudo que la película pueda dar una respuesta mejor a la de ella misma.