Lo sabía. Lo intuía. Me pasó durante toda la proyección. Luego lo confirmé, porque era un pensamiento repetido mientras miraba a las hadas (des)lucirse con sus poderes mágicos y diálogos con la profundidad del chicle. Al término de “Tinker Bell: hadas y piratas”, este pensamiento resultó en plagio, así como lo lee. Pensaba: “voy a escribir algo que me está pasando con estos personajes además de mencionar que si seguimos así la franquicia no se termina más”, sólo para descubrir que un concepto parecido ya había pasado ante mis ojos antes. Estaba queriendo escribir algo escrito anteriormente con total impunidad. Pobre el autor de aquel texto que estaba a punto de ser presa de un robo intelectual
Mientras todo esto ocurría Tinker Bell y sus amigas se enfrentaban a Zarina, un hada convertida al mal cuando es expulsada de su mundo por un accidente causado a partir de su devoción por el polvo azul, elemento que le da a los personajes sus poderes, incluyendo la capacidad de volar. Zarina se va con algo del polvo mágico y se une a piratas aparentemente sumisos, ya que la nombran Capitán, así como así. Todo se desarrolla en el marco del País de nunca jamás porque, recordemos, Tinker Bell o Campanita es uno de los tantos personajes del cuento de James Matthew Barry. Por supuesto que no habrá violencia ni sustos, cosa que a ninguna de las niñas de 3 a 9 años, a las cuales está dirigida, la producción impresione demasiado.
Cuando llego a la computadora con un tremendo sentimiento de culpa por pensar en escribir algo que le pertenecía a otro, sumado al dilema de pensar alternativas; descubro un aliciente en el archivo de 2012 de esta misma página: la crítica de "Tinker Bell y el secreto de las hadas" escrita por un servidor. Allí estaban las frases que definen lo que pasaba por mi mente con las cuales haré este acto de auto-plagio sin remordimiento alguno.
Cito: “…hasta aquí podríamos afirmar que la franquicia de Tinker Bell iniciada en 2008 podía darse por concluida en la pantalla grande, después de todo ya se hizo mucho con este personaje. Sin embargo, los ingresos por tickets y merchandising indican que el mundo de las hadas será vuelto a visitar un par de veces más…” y por otro lado: “…salvo las de mayor edad, ninguna de las hadas escapa a una estética de revista de moda internacional al estilo “Cosmopolitan” o “Elle”, o sea figura espigada, pelo perfecto y actitudes de modelo de pasarela. A lo mejor no es nada, pero no deja de llamar la atención, aún en un mundo irreal, que todo el género femenino joven y adolescente responda a un sólo canon de belleza…”
En efecto, los únicos personajes fuera de esta estética son los piratas (obviamente); un hado gordito, casi tonto, y su amigo con anteojos culo de botella y pinta de nerd. El resto lo conforman cientos de hadas y hados salidos de la fábrica de Barbi y Ken. Destinada al bostezo por falta de inventiva “Tinker Bell: hadas y piratas” se salva por contar con su propio Messi en la figura del genio de John Lasseter, creador de Pixar, presidente de la Disney, productor ejecutivo de esta obra; pero sobre todo guionista. Detrás de él reside la gran idea de ir conectando la historia (franquicia) con otra de mayor envergadura. El director de Toy Story (1995) mata dos pájaros de un tiro: enganchar a los padres y convertir todo en un mismo producto sólido.
Veamos. Promediando la proyección Zarina nos “presenta” a su tripulación. Llama la atención ver al joven pirata James, a quién luego descubriremos con cierto refinamiento para hablar, elegancia para vestirse, con un sacón rojo, garfio en mano y mucho rechazo al “tic tac” de un reloj de cocina. John Lasseter es realmente brillante. Con cuatro o cinco guiños hacia la nostalgia endereza un barco que andaba por los aires. Cuando en 2016, 2018, etc. vuelva sobre este camino, probablemente nadie recuerde las Tinker Bell anteriores porque en todo caso, ¿Cuál es el mérito de ofrecer siempre lo mismo? Hasta los fans se dan cuenta.