Para quien escribe, Winnie Pu y Tinker Bell (junto con todos los que los rodean) son los personajes más insoportables, insulsos y vacíos de los estudios Disney. El caso del hada salida de Peter Pan es peor porque al tener todas la fisonomía de muñecas Barbie con alas, es decir, todas son bellas, cintura espigada, ojos claros, pelo de comercial de shampoo, etc, se da una suerte de discriminación por omisión. Hasta ahora en ´ésta saga no hay gordos, ni enanos, ni etnias (salvo algún hada negra u otra con pequeños esbozos de rasgos orientales). Fuera de los cánones de belleza de las hadas apenas si hay lugar para algún viejo o habitantes masculinos torpes o ridiculizados.
Si este fuera el único problema, asumiendo que las niñas (y unos pocos varones) no prestan atención a estos detalles, vaya y pase. Pero los guiones tampoco ayudan y los diálogos tienen un vuelo bajísimo. Casi no ha habido conflictos en toda la saga, de manera tal que el cambio de director es la primera señal saludable que tiene “Tinker Bell y la bestia del Nunca Jamás”. Steve Loter, que también participa en el guión, corre al hada verde de la ecuación y se centra en otra del grupo, el hada de los animales.
Hay un sonido gutural que se escucha en las tierras de Nunca Jamas, sobre ese sonido hay tejida una leyenda de un terrible monstruo destructor. Pero Fawn confía en sus dones para comunicarse con los animales y desconfía de lo que “otros” dicen. En esto de no juzgar al libro por la tapa comienza la construcción de una aventura dinámica que apunta al mensaje de no discriminar ni ser prejuiciosos.
Al no olvidar que “Tinker Bell y la bestia del Nunca Jamás” debe ser ante todo una aventura, el realizador le imprime un ritmo mejorado respecto de todas las anteriores. El resultado es una suerte de resurrección de una saga que estaba agorada. Ya no ver a Tinker Bell y sus preocupaciones por como tiene el pelo, suma. Habrá que ver qué sucede con el resto.