Con las mejores intenciones
Una toma de rehenes desencadena el drama, y el thriller, en este filme con Nacho Gadano, opera prima de Nicolás Lidijover.
Por azar, por destino o por obra de esas infinitas causalidades que no alcanzaremos a entender, como decía Borges, hasta el robo más tímido puede complicarse de la manera menos esperada. Hasta el argumento más trillado puede jalonarse con salidas insólitas. Eso es lo que ocurre en Tiro de gracia, opera prima de Nicolás Lidijover, cuando Jesús (Nicolás Goldschmidt) entra al local de una farmacia porteña para comprar leche para su hijo. Casi sin querer el lugar se convierte en escenario de una curiosa toma de rehenes, donde clientes, empleados y el forzado ladrón cruzan sus historias y miserias con la inoperancia policial y el cinismo mediático.
Con mejores intenciones que resultados el director interviene la línea argumental de la película, cuestionando, denunciando una situación social desde el guión y desde la estética del filme.Apela, por un lado, al recurso de las cámaras de seguridad con escenas que avanzan y retroceden, porque Tiro de gracia es un canto al flashback. Y sitúa al espectador en el lugar del televidente fisgón, dispuesto al frívolo (mas no gratuito) consumo de sangre en la pantalla. Lo que la película gana en sorpresa y cuestionamientos sociales, lo pierde en la profundidad de la historia, presentando al asaltante como víctima, un chico de la Villa 31 que perdió el trabajo y que sólo quiere alimentar a su familia. Sobra información de ese afuera cuando el mayor mérito está en la atmósfera que se logra en la farmacia.
Con actuaciones aceptables, como la de Nacho Gadano, Marcelo, el encargado del local, que busca convencer a Jesús y sufre los embates de sus clientes. Una apuesta conceptual, un intercambio de roles entre víctimas y victimarios con el que Lidijover busca generar preguntas, exponiendo prejuicios y quiebres sociales desmoralizantes. Habla de una sociedad agonizante que, como cierto periodismo, ¿merece un tiro de gracia?