“Tiro de gracia”: No sonría, lo estamos filmando
Vivimos en un país en el que los medios constantemente informan malas noticias. Matan a un chico para robarle el celular en Villa Luro, atropellan a una pareja durante la madrugada en Rivadavia, violan a una menor de edad en la provincia de Chaco o secuestran y torturan a una mujer embarazada en Córdoba. Todo negativo. Ahora bien, ¿quién es el culpable de todo esto? ¿El mismo accionario? ¿La familia? ¿El sistema educativo? ¿El gobierno? ¿La sociedad? ¿O acaso todos ellos juntos?
“Tiro de gracia”, la nueva película argentina dirigida por Nicolás Lidijover, que estuvo compitiendo el año pasado en el Festival de Mar del Plata, utiliza esta temática para plantear un grave problema inmerso en nuestra sociedad: la delincuencia. Este film es presentado por su productor, Juan Pablo Buscarini de “Un cuento chino”, y no por su director. Y si esto pasa, probablemente algo raro está por suceder.
La acción sucede a partir de una toma de rehenes en un almacén tipo farmacia, de esos que te venden desde perfumes hasta útiles escolares, comida y remedios. La policía espera afuera por una negociación, los periodistas siembran el caos en la tele, los rehenes discuten inserviblemente, el joven asaltante, asustado, busca desesperadamente la forma de escapar y las cámaras de seguridad observan los hechos desde un lugar privilegiado, el mismo que tienen los espectadores. Y a partir de la utilización de estos espacios, se irán sembrando los hechos.
Uno de los puntos interesantes de este film es su estructura. La película está dividida en varias partes y arranca con una de ellas cerca del final. A partir de ahí, se empiezan a hacer viajes al pasado más cercano para encontrar la causa de lo sucedido. Sin este recurso, seguramente la película sería lenta y aburrida, a pesar de sus 72 minutos de duración. Ya cuando corre más de la mitad de la historia, se vuelve al que para el público fue el punto inicial y se conoce el desenlace, que por cierto es muy malo.
Este final -no lo voy a adelantar- no convence para nada ya que la psicología de los personajes no está trabajada para que lleguen a tal destino. Probablemente pudo haber sido un problema de los actores que no supieron interpretar al director o seguramente fue un grave y simple error del guionista. En consecuencia, el desenlace resulta inverosímil y arruina lo poco bueno que tiene la película. De esta manera, la historia termina devorando al verdadero mensaje.
Por otro parte, los protagonistas son actores que tienen una amplia trayectoria en televisión y por eso, seguramente los reconozcamos por haber actuado en una novela de canal de aire más que por algún papel de segunda que tuvieron en cine. Sus nombres: Nicolás Goldschmidt (el mejorcito) que es el asaltante; Nicolás Gadano, el vendedor; y Arturo Bonín, el policía que intenta negociar. El resto del reparto, al parecer más preparados para aparecer en alguna publicidad, cubren los papeles de los clientes y empleados del negocio.
En fin, la película parte de la premisa que detrás de todo delincuente hay una sociedad violenta, pero al fin y al cabo, eso no se refleja. El espectador será el juez y se encargará de condenar no sólo al que crea culpable de los hechos que se ven en la pantalla, sino también al culpable de haberle dado el visto bueno a esta película, que aunque es mala, podría haber sido peor. Uno puede pagar la entrada y verlo con sus propios ojos. Es cine, es argentino, y por eso, claro que vale la pena.