La inseguridad en el foco
Puntos a favor y en contra dividen el resultado de esta ópera prima, Tiro de gracia, que pese a la manifiesta posición ética de no tomar partido por sus personajes comete excesos a nivel formal y narrativo que malogran el conjunto de la propuesta del debutante Nicolás Lidijover.
Tomar prestado de lo cotidiano un tema tan urticante como el de la inseguridad a partir de la recreación de un robo a una farmacia con toma de rehenes supone de antemano abrir una polémica en el espectador sobre las causas que conducen a la delincuencia más que sobre los acontecimientos que se producen a diario en la realidad y no como sensación de la paranoia, que sigue siendo la carta marcada de muchos discursos y retóricas de la política de turno. En esa divisoria de aguas –izquierdas y derechas, sordas y falsas- se encuentran aquellas voces condenatorias de todo acto de delincuencia que abraza un discurso radicalizado afín a la caprichosamente llamada mano dura frente a otro coro de voces que idealizan palabras que hoy no tienen valor como derechos humanos, reinserción social y justifican modos y prácticas culturales que parten de premisas antojadizas o falsas en muchas ocasiones para evadir análisis más agudos sobre un fenómeno sociológico de enorme magnitud.
Por ese motivo circunscribir conceptualmente o cinematográficamente hablando a un punto de vista dominante, el reducido enfoque de una cámara de seguridad (muchas cámaras de seguridad indiferentes), condiciona la mirada de quien observa más allá de sus prejuicios o idiosincrasia particular arrastrado por esa urgencia tan enfermiza y propia de los tiempos que nos tocan atravesar. Esto no deja de ser atractivo en cuanto a propuesta desde la puesta en escena pero se ve rápidamente alterado por el propio director que se acorrala -por así decirlo- en su propio mecanismo de representación para empañar el realismo buscado en procura del mensaje. Algo así como una traición implícita del mensaje perpetrada por el medio.
El argumento es simple y no se escapa de la anécdota que podría haber sido más efectiva en el formato de un cortometraje aunque es justo decir que aquí no hay exceso en el desarrollo sino reiteraciones inconducentes: un joven (Nicolás Goldschmidt) entra a una farmacia, el personal de seguridad sin arma advierte una actitud sospechosa al empleado que atiende la caja (Ignacio Godano) y acto seguido saca un revolver para tomar rehenes, entre ellos una mujer embarazada (Julieta Vallina) y desatar el caos en el reducido espacio, previo enfrentamiento con el policía de calle que hiere gravemente al seguridad en otro acto de gatillo fácil.
La estructura que se vale del juego de cámaras del presente registra en tiempo real, aunque sesgado al recorte dramático, los acontecimientos que se impregnan del nerviosismo de las víctimas y el victimario. Sin embargo, la trama adopta un recurso cinematográfico válido en el empleo de flashbacks que complementan el pasado del delincuente y justifican su estado de desesperación y toma de malas decisiones al momento de optar por la vía del robo con rehenes.
Un guión un tanto elocuente en la elección de los diálogos denota y connota diferentes idiosincrasias, discursos de clase y altas dosis de hipocresía social, sin declamaciones irritantes pero con poca sustancia en los planteos vertidos. A pesar de esas contradicciones que no son en sí un obstáculo sino el resultado de un síntoma en una sociedad enferma y esquizofrénica como la que se representa aquí debe destacarse la buena elección de actores como Ignacio Gadano, Julieta Vallina, Guadalupe Docampo, Nicolás Goldschmidt y Arturo Bonín, entre otros.