No tan cancelado
“Ya discutimos la trama de la tercera película, y cómo el final expandiría el universo al estilo Star Wars/Star Trek donde podes ir en muchas direcciones. Podes hacer películas centrales, podes hacer spin-offs, podes hacer historias aparte. Sí, ese es el plan” - Steven S. DeKnight, director de Títanes del Pacífico: La insurrección (Pacific Rim Uprising, 2018).
Títanes del Pacífico: La insurrección es tan divertida como puede ser una película sobre robots gigantes que luchan con sables láser contra monstruos invasores pero sin poseer un elemento humano muy interesante o importante. La película original, Titanes del pacífico (Pacific Rim, 2013), no contaba con una trama más compleja o personajes más llamativos, pero se tomaba a sí misma en serio y el apocalipsis parecía mucho más peligroso entonces.
La aspiración de DeKnight a un universo “al estilo Star Wars” es irónica considerando que su película arranca con John Boyega aliándose con una huérfana chatarrera y sumándose a una valiente resistencia momentos después. Como en Star Wars también recurre la temática de los padres muertos o ausentes; el de Jake (Boyega) no era otro que Idris Elba, sacrificado en la película anterior en plan de cancelar el apocalipsis (o en su defecto demorarlo diez años), y los de Amara (Cailee Spaeny) murieron como demuestra un oportuno flashback.
La resistencia está llena de jóvenes huérfanos como Amara, adolescentes siendo entrenados en el arte de pilotar robots gigantes por Jake y su colega Lambert (Scott Eastwood). La insistencia con la que estos “curtidos” veteranos se separan de los “niños” que están entrenando resulta algo ridícula a vistas de que todos parecen tener más o menos la misma edad. Todos son capaces del mismo humor y además comparten la misma historia trágica. Aún deduciendo un par de muertes - los menos caracterizados - hay un elenco desproporcionado de cadetes heroicos, probablemente inversiones para futuras secuelas.
Gran parte de la película parece haber sido formulada como una contestación a las críticas más prevalentes de la anterior. Así que la secuela viene con más acción, toda presentada prolijamente bajo cielos diáfanos; los personajes secundarios tienen un poco más de participación y la pelea más climática se reserva para el final en vez de la mitad de la película. Por otra parte no hay una gran innovación en el diseño o comportamiento de los monstruos. Cuando tres de ellos se fusionan en vez de una enorme abominación cósmica digna de Lovecraft el resultado es una versión más grande de algo que ya se ha visto incontables veces en la pantalla.
DeKnight quería una franquicia y a toda vista lo ha logrado: la película concluye abruptamente con la promesa de continuar la pelea “en el espacio”. Quizás no es tan buena idea - la mitad de la gracia de las peleas con robots es la grosera destrucción de las metrópolis que supuestamente están defendiendo, algo que el vacío del espacio no puede aportar, y el componente humano es tan chato que no hay realmente otra cosa por la que entusiasmarse.