Titanes del Pacífico 2: Apocalipsis volvé, no te cancelamos más.
Acción, pochoclos, Boyega y robots gigantes.
La secuela de Pacific Rim protagonizada por John Boyega es una horrenda película que cuesta mucho ver. Su insistencia con un terrible humor aparentemente interminable, la destrucción de todo diseño que pueda resultar mínimamente interesante, un guion que se encarga de que toda acción se encuentre tan vacía como sus personajes (nuevos huecos y los viejos que se ocupan de vaciar) y hasta una serie de inexplicables intentos por imitar a Michael Bay se ocupan de que el director Steven S. DeKnight pueda entregar no solo una de las secuelas más decepcionantes en mucho tiempo, sino un film que logra traspasar el terreno de la mediocridad para colocarse en el panteón de lo desastroso. No hace falta ninguna comparación con la original para entender lo mala que es Pacific Rim: Uprising.
Hijo rebelde no quiere salvar al mundo como hizo su padre… hasta que el mundo necesita que lo salven. Boyega interpreta casi literalmente al único personaje de la cinta, el otro es una jovencita similar al ingrediente que Michael Bay continua agregando a sus películas, pero cualquier tipo de desarrollo de personaje queda truncado, gracias a que al menos la mitad de los diálogos parecen haber quedado en manos de la improvisación del actor. Una técnica de los libros de la comedia moderna estadounidense en los que la falta de interés alcanza su máximo nivel para culminar en un resultado que varía entre lo lamentable y desastroso.
Increíblemente, los momentos de humor claramente guionados resultan aún peores. Si uno se quedaba inerte esperando que la improvisación acabe, los “chistes” ideados por el grupo de guionistas producirán un incontenible impulso por taparse la cara de vergüenza, posiblemente en un intento subconsciente de interrumpir la ingesta visual del film. Una consumición ya de por si riesgosa para la salud, con secuencias que muestran una combinación difícil de replicar o poner en palabras, con ideas/conceptos paupérrimos realizados de la peor manera posible. Chistes con Oreos y cereales demostrando que hasta el arma más noble del cine como es el montaje puede corromperse, o un plano secuencia para comenzar el último acto que realmente debería enseñarse en universidades de cine después de repartirle al alumnado su bolsita descartable en caso de que sus cuerpos no lo resistan.
¿Al menos hay acción, no? ¡Por supuesto! En las casi dos horas de película debe haber aproximadamente unos 10 minutos de mediocres escenas de la más aburrida acción que el dinero puede estafar, menos si solo contamos la danza computarizada de acción protagonizada por robots gigantes. Resulta sorprendente la poca acción del film, aunque no es más que lógico cuando uno mira el nulo impacto que las mediocres secuencias logran tener en la experiencia.
Hace falta mucho más que no tener ningún interés en desarrollar un producto de calidad como para que una película termine siendo tan pero tan mala. Requiere una especial falta de criterio y, por supuesto, un mal gusto descomunal. El guionista, director debutante y hombre horrible de DeKnight claramente es una mezcla perfecta de todo eso; caso indudable (al igual que digno de investigación científica) gracias al “humor”, vergonzoso tono y nauseabundo ritmo que lleva la cinta. Hay directores genéricos que resultan victimas de un enceguecido estudio sediento de ganancias, pero también esta el extraño caso del director que se encarga de empeorar en todo lo posible un producto que ya de por sí esta prácticamente condenado al generarse en el hostil sistema de estudios hollywoodense.
Personajes esqueléticos atrapados en una trama producto de una sola reunión (sin terminar) de guionistas. Con la muy ocasional y decepcionante escena de acción como única salvación de un producto que seguramente regalará postales para el recuerdo de como no hacer las cosas. Particularmente hay momentos tan malos que producirán varias carcajadas incrédulas durante algunos años cuando se vean los gifs en redes sociales al igual que varios clips que provocan risas y llantos por igual. Pero por el momento, lo más aconsejable es ignorar que este film alguna vez ocurrió y vivir nuestro día a día con la sonrisa que solo una forzada ignorancia puede brindar. Al menos hasta cerrar los ojos en la noche para conciliar el sueño y encontrarnos recordando momentos imborrables, cicatrices eternas mientras imploramos que el llanto de la noche permita terminar con todo, aunque sea solo por hoy… por favor.
La música esta buena.