Aunque sin suerte comercial, la primera Titanes del Pacífico pica altísimo entre lo mejor del cine de aventuras de la década y de Guillermo del Toro (es, por cierto, en su humor y cariño por el espectador, mucho mejor que la festejada La forma del agua). Es raro que se haya realizado una secuela en la que el mexicano aparece como productor, dado que no hizo el dinero que debía. Aquí se vuelve a la pelea entre los monstruos tremendos y los robots gigantes, ese homenaje a las series japonesas de la infancia, y hay tanta destrucción como corresponde a este tipo de películas. La historia “humana” (el protagonista es el hijo del personaje que jugaba Idris Elba) no está mal, pero aquí las cosas son un poco más directas y menos poéticas que en algunas secuencias notables de la primera. Como si alguien le dijera a Del Toro “Mire, estimado: lo que en realidad quería Hollywood era esto”. Lo que transforma esta aventura gigante en una película clase B ejecutada con mucho dinero y algo de nobleza. No aturde demasiado, y eso ya es algo.