En apenas una escena, Guillermo del Toro logra lo que Michael Bay no pudo en tres películas: que una pelea con robots gigantes sea algo emocionante, dramático y, finalmente, comprensible. La diferencia es sutil pero reverbera en el resto de las películas: donde Bay necesita utilizar un montaje frenético (que lejos de hacer ver a sus gigantes de metal lo que consigue es confundir), del Toro confía en el universo que tiene entre manos y lo deja existir en la imagen hasta volverlo creíble y cercano. En el fondo, se trata de un problema de confianza: la trilogía de Transformers no cree demasiado en sus personajes, por eso echa mano constantemente a la velocidad y a la parodia. En Titanes del Pacífico, al contrario, la comedia no abunda (y cuando lo hace el relato pierde carnadura, como ocurre con la misión del personaje de Charlie Day), pero eso no significa que la película sea solemne: en todo caso, Guillermo del Toro se toma en serio su historia y a sus criaturas, algo que nada tiene que ver con adoptar un tono grave (curiosamente, las Transformers, con todo su desparpajo impostado y su comedia tonta, tienden a la solemnidad en varias ocasiones). Titanes del Pacífico es capaz de maniobrar el drama de los personajes tanto como el conflicto planetario, la invasión alienígena y la relación de los tripulantes con sus robots (núcleo duro del género) sin descuidar ninguna línea, desarrollando cada una e integrándolas con una elegancia imposible de imaginar en Transformers y sus relatos de la CIA, el ejército y de la necesidad de convertirse en soldado. La palabra clave es justamente esa: imaginar. Porque mientras Michael Bay hace irrumpir en nuestro mundo unos robots que habrán de potenciar el discurso pro bélico y patriótico típico de su cine, del Toro imagina una distopía en la que el mal es una fuerza ciega con el único objetivo de destruir la humanidad. En cierta medida, el cine del director de Hellboy es retomado y pulido en Titanes del Pacífico: además de su ya conocido amor por lo fantástico y la ciencia-ficción, del Toro vuelve a uno de sus temas preferidos: la existencia de dos universos en guerra que no pueden convivir pacíficamente. Si en otras películas suyas todavía existía alguna clase de diálogo, en Titanes del Pacífico no hay intercambio posible y el guión concentra los conflictos al interior de uno de los mundos en pugna, el de los humanos, y deja el otro como un misterio del que prácticamente no se tienen noticias. Las referencias de la película abarcan un espectro que va desde Mazinger Z hasta Evangelion, pero que opta por el género en su faceta más lúdica y menos reflexiva; para decirlo más claramente: de Evangelion solo quedan una o dos ideas despojadas de la pretenciosidad que fueron la marca más reconocible de la serie de Hideaki Anno. En cambio, en Titanes del Pacífico felizmente no aparece la reflexión con aires filosóficos y abundan los robots y los monstruos que se engarzan en las peleas más brutales. En ese sentido, la película podría ser vista como un ejercicio de nostalgia dirigido a los espectadores de alrededor de treinta años si no fuera porque el relato funciona a la perfección más allá de cualquier guiño al género. Del Toro no se dedica a explotar la memoria emotiva de su público; una vez más, le interesa darle forma a un universo fracturado en el que una de las mitades amenaza con devorar a la otra, casi como si su cine fuera una secuencia de variaciones sobre un mismo e insistente motivo.