Muchos – para no generalizar – tanques hollywoodenses deberían traer un anuncio en sus afiches, o antes de comenzar la película, “no analice su argumento, disfrútela”. Eso es lo que nos propone Guillermo del Toro en su nuevo opus con el que ya, definitivamente, se metió de lleno en el sistema de grandes estudios, un gran entretenimiento desde la secuencia pre-títulos hasta la secuencia post-créditos; y aunque no nos lo digan, cuando uno se enfrenta ante estos productos eso es (o debería ser) lo que está buscando.
El mundo se encuentra en colisión, de las profundidades del Océano surgen Kaijus (monstruos en japonés) con el sólo propósito de romper todo; para frenar la catástrofe las potencias del mundo – aunque otra vez veamos preponderantemente a EE.UU. – crean unos robots gigantes comandados por dos soldados que se interconectan neuronalmente. El resto es la batalla que crece y crece, los conflictos personales de algunos soldados, una cuasi historia de amor y en realidad más preparación que campo de batalla.
¿Se acuerdan cuando de chicos jugábamos con los muñecos y los hacíamos pelear unos contra otro, lo hacíamos con una historia mínima inventada, y hasta sin darnos cuenta hasta podíamos romper esos juguetes? Imaginen esa misma sensación extrapolada en la gran pantalla. Del Toro se divierte como un nene, pone unos monstruos deformes a puro CGI pero que, a la manera de Peter Jackson tienen movimientos articulados de Stop Motion – y unos robots con lucecitas, cañones, espadas, y pies grandes, igualitos a los que funcionan a batería; y los hace chocar y romperse con mucho agua de por medio para disimular las aún falencias del mundo digital. Todo lo que pueda suceder en el medio es relleno, aunque se agradece como el merecido y necesario descanso visual. Sí, quizás los personajes de Charlie Hunnam (Raeley), Idris Elba (Stacker Pentecost), y Rinko Kikuchi (Maco Mora) tengan más carnadura que otros similares en otras películas y despierten algo más de empatía... pero uno quiere ver a los robots dándose con todo.
Estamos quizás frente al film menos personal de Guillermo del Toro, mucho de lo que fue su estilo aquí costará encontrarlo; y aún así, el director nos hace recordar quién se encuentra detrás de cámara a través de guiños constantes, personajes que funcionan como “comic relief” en manos de actores, y sobre todo por el gran despliegue visual pero manejado por una mano capaz.
Pocos directores son capaces de despertar algún sentimiento en medio de una marea de FX’s, aquí basta ver la secuencia del recuerdo de Maco para generar verdadera y pura emoción.
Así como otras veces se recomienda al espectador ahorrarse el dinero y buscar salas tradicionales, en esta oportunidad el logradísimo efecto 3D cumple un importante rol de impacto, y hasta podríamos decir que es fundamental para el disfrute.
Titanes del pacífico es pura diversión, una entrada a sentirnos infantes otra vez, a hacer algo que en la vida real ya no haríamnos, sentarnos en el piso, desparramar toda nuestra caja de muñecos y correr por toda la casa y/o el barrio jugando con ellos hasta cansarnos ¿o es que nunca nos cansábamos?; están todos invitados a este revival.