Una catarata infinita de artilugios, una gran dirección de arte, una mejor aplicación y presentación de efectos especiales (FX), y un montaje apropiado para las producciones de acción por la acción, vale decir con cortes a la velocidad de la luz, situación que le acrecienta el ritmo vertiginoso al relato, es lo que deja como resultado final un entretenimiento gernuino para los que disfrutan este género de tratamiento cinematográfico. Nada más.
Pues el mismo que carece de todo tipo de originalidad, claro que no es esto lo importante para esta superproducción, cuya única intención es sólo atrapar al espectador con lucecitas de colores.
“Titanes del Pacífico” es la última incursión en el cine del director mejicano Guillermo del Toro, quien supo deleitarnos y constituirnos en seguidores con filmes como “Cronos” (1993), “El Espinazo del Diablo” (2001), o la maravillosa “El laberinto del fauno” (2006), hasta que fue atrapado por la maquinaria de Hollywood.
Si no fuese que todavía le queda mucha sapiencia en como narrar y algo de independencia estética, a esta altura podría pasar inadvertidamente a ser otro director técnico más de los que pululan dentro de esa maquinaria trituradora de identidades.
En este filme que hace referencia directa a los clásicos del cine con monstruos japonés, plagado de escenas de luchas entre enormes criaturas y robots manejados por seres humanos.
La historia comienza en un futuro cercano cuando catervas de criaturas monstruosas, conocidas como kaiju, palabra japonesa que significa “bestia extraña”, pero que desde el diseño nada tienen de estrambótico, comenzaron a emerger desde el Océano Pacifico con el fin de destruir la vida en la tierra.
Esto da inició a una guerra que se cobraría millones de vidas y que consumiría los recursos de la humanidad durante años.
Para combatir al “kaiju” gigante la ingeniería humana crea, como arma especial, robots enormes, llamados jaegers, nombre de relojes suizos o marca de alarmas en Argentina, algo justamente como relojes alarmas contra el invasor. Así de tonto es el cuento.
Estos robots son manejados sincrónicamente por dos pilotos cuyas mentes se encuentran conectadas por un puente neural, con una base debe ser natural, un robot descerebrado, con cuatro hemisferios cerebrales. (¿¡Qué!?)
Lo peor de todo es que no es confuso, es idiota.
Además, frente al inclemente kaiju gigante, incluso los Jaegers son inoperantes.
Ya casi perdida la guerra, las fuerzas conjuntas de la humanidad toda, (que frase protocolar me salio, ¿no?), defensoras del tan maltratado planeta, no tienen otra opción que recurrir a dos absurdos héroes: un ex piloto fracasado (Charlie Hunnam) en plena crisis existencial, en estado depresivo pues su fracaso fue el artífice que “provoco” la muerte de su hermano mayor, toda un alma gemela, y una aprendiz sin experiencia (Rinko Kikuchi).
Ambos son emplazados a manejar un vetusto, y aparentemente inútil, “jaeger” en desuso. Juntos no sólo se mantienen seguros siendo la última esperanza de la humanidad, sino que hay visos de que “el amor es más fuerte”. (¿Usted. compra?)
En términos de entretenimiento puramente visual la producción cumple, pero el cine es mucho más que eso, y atravesado por las demás variables puestas en juego, como, por ejemplo, lo político del discurso o la intencion de omnibulacion de la conciencia la torna cuasi peligrosa.
Si busca algo de suspenso olvídelo, esto es más previsible que un capitulo de la serie “Lassie”, lo cual no es un defecto en sí mismo, ya que hay otras variantes para producir hastío en el espectador, principalmente la banda de sonido, si bien el diseño sonoro no es malo, la música termina por empalagar no sólo las imágenes, el texto o la producción sino toda la sala de cine.