Sí, la película es de lo mejor del año, pero requiere de desprejuicio. La historia es simple, el héroe y la heroína de siempre contra todos los peligros del mundo: de “La Ilíada” para acá no se ha inventado demasiado. Lo que sí inventa ese gran amante del cine que es Guillermo del Toro es una manera para que este bello, en ocasiones poético homenaje al cine de monstruos japonés y a las viejas series de robots gigantes (desde las “con actores” como “Ultramán” hasta ese arco que va de “Mazinger” a “Evangelion”), pero integrado a la poética americana del último recurso (que es el de la poética esperanza última) se vea bien. Esto no es “Transformers”: aquí la acción se entiende.
Y es muy difícil de hacer con elementos que ocupan toda la pantalla por su tamaño relativo. Y a pesar de la gigantomaquia, Del Toro se toma el trabajo de, con pocos trazos, darles el espesor necesario a los personajes para que nos importen de verdad (si los personajes no importan, nada de nada importa en una película, sea un contemplativo film iraní o un despliegue de tecnología vertiginoso como este). Otra vez: si usted carece de prejuicios y, como decía Nietzche, se atreve a jugar con la misma seriedad de cuando era niño, va a encontrarse con un espectáculo notable, sintético (no hay una toma ni una secuencia de más), clásico, con sutiles apuntes políticos y sociales (el “muro” de defensa, la burocracia estatal) y con unos bichos y unos robots inolvidables. De eso trata el arte, justamente: de crear cosas que no podamos olvidar.