Cancelando el Apocalipsis
La dedicatoria final del último film de Guillermo del Toro parece en si misma reflejar todo el espíritu que atraviesa su obra. Al final de los títulos aparecen los nombres de dos fuentes de inspiración indudable del cine de ciencia ficción: Ray Harryhausen (artista recientemente fallecido quien es considerado como el padre del stop motion) e Ishiro Honda, la mente y el espíritu detrás de la emblemática figura de Godzilla.
Titanes del Pacifico es exactamente eso: la conjunción entre dos mundos que siempre hubiéramos querido cruzar aquellos que amamos los escenarios apocalípticos y la destrucción masiva. Un enfrentamiento en centros urbanos de enormes seres extraterrestres nacidos de las entrañas mismas de nuestro planeta y maxi robots de dimensiones estrambóticas dispuestos a destrozar todo a su paso para defender a la Tierra en sus últimos minutos.
Por eso cuando de pequeños armábamos ciudades de juguete las que eran destruidas de un codazo al atacar un dinosaurio nuestra imaginaria aldea, no nos preocupábamos mucho por el verosímil o por la actitud de los ciudadanos: queríamos ver pelea, destrucción y sentir la adrenalina de la aventura correr por nuestras venas.
Este espíritu lúdico infantil de pura fascinación por el artificio visual y su contundencia es el que habita a cada momento del relato de Titanes del Pacifico.
La mirada experta en la creación de seres extraordinarios como pocos directores poseen se pone aquí de manifiesto en los temibles aliens llamados Kaiju que al contrario de lo que siempre esperamos no vinieron desde el cielo sino que nacieron directamente desde las entrañas de nuestro planeta. El primero apareció en San Francisco y el segundo en Manila, extendiéndose luego al resto de la tierra.
Para contrarrestar este terrible ataque se creó el programa Jaeger en el cual los hombres creamos nuestros propios monstruos. Comandados por experimentados militares con tácticas de combate extremadamente pulidas estos robots de dimensiones siderales parecen ser la única arma frente al inminente fin del mundo. La conexión que realizan con los militares que los comandan es neuronal de modo tal que los recuerdos, sentimientos y conocimientos de sus operadores son transmitidos al inmenso robot dotándolo de una “humanidad ” que les es ajena.
Así una espada de Damocles pende sobre las cabezas de los encargados de dirigir la estrategia de los Jaeger, un último ataque de los Kaiju se acerca y promete ser el que nos barra definitivamente de la tierra .
Las esperanzas de los grandes líderes políticos del mundo (inteligentemente Del Toro borra el patrioterismo norteamericano de la escena) no están puestas en los Jaeger por lo que el encargado de comandar la misión Staker Pentecost (encarnado por el talentoso Idris Elba) no tendrá mas que una oportunidad para demostrar la valia de sus Jaeger. Y para ello requerirá de los servicios de uno de los pilotos más experimentados, Raleigh Becket (Charlie Hunnam), quien se ha recluido tras una traumática experiencia en combate.
El guion no demuestra mayores complejidades ni profundidad en sus protagonistas, visiblemente influenciado por los historias de artes marciales, los films de stop motion, animés como Mazinger Z o Evangelion.
Guillermo del Toro logra con maestría mixturar todas sus influencias en un producto entretenido y grandilocuente con escenas de lucha que difícilmente sean olvidadas por el espectador, donde se demuestra que cuando al artificio se le suma la inteligencia es mucho más que una explosión verborrágica de CGI al mejor estilo Michael Bay.
Titanes del Pacifico es entretenimiento puro, sin grandes pretensiones argumentales pero con oficio y arte en la factura de sus imágenes, un plato gourmet para los amantes del cine pochoclero que debe ser disfrutado en una sala de cine.