Una película política
Seguramente el lector debe estar pensando “¿no se le fue la mano con el título?” o “¿no lo dirá de forma irónica?”. Bueno, debo decir que creo que no se me va la mano, que lo que digo tiene sentido y por ende, no estoy siendo irónico. Titanes del Pacífico puede ser analizado no sólo como un mero film de robots gigantes enfrentados a monstruos gigantes, sino también como una obra política, todo un signo de estos tiempos cinematográficos, culturales y sociales. Aquí, algunas razones para explorarlo de esta forma:
1-A Titanes del Pacífico lo distingue en primera instancia el hecho de ser dirigido por Guillermo Del Toro, algo que marca una diferencia principalmente para la crítica que, limitada como es últimamente, analiza casi inevitablemente al film con mucha mejor predisposición que si el que estuviera detrás de cámara fuera, por ejemplo, Michael Bay. No quiero dar lugar a malinterpretaciones: a mí también me genera mucha más expectativa una película dirigida por Del Toro que por Bay, pero eso no significa que vaya a ignorar determinados factores. Por ejemplo, un producto como Transformers es en general tan subestimado desde su forma que enseguida los críticos le apuntan a su ideología, con una visión contenidista que atrasa décadas. Pero con Titanes del Pacífico, eso por lo general queda de lado y sólo se miran los componentes genéricos. Y ojo, los hay, y muy interesantes. Pero eso no implica que su relato sólo apunte al entretenimiento de alta calidad o a la relectura de ciertos subgéneros. Hay también todo un posicionamiento político bastante más complejo de lo aparente, y que seguramente la mayoría de los críticos pasarán de largo. Yo no, pero no porque sea un ser brillante, sino simplemente porque no soy tan perezoso.
2-Un componente de la visión perezosa de los críticos implica hasta cierta reescritura de los hechos, afirmando que Titanes del Pacífico es una especie de “proyecto soñado” de Del Toro. Y lo cierto es que no es tan así. El director llegó a esta película casi por descarte, ya que se fueron frustrando y/o retrasando otros films que venía planeando, como Hellboy 3 y la adaptación de En las montañas de la locura. Lo que se dio con Titanes del Pacífico fue más bien un proceso de apropiación del material original, consistente en una historia original de Travis Beacham que luego este volcó a un guión junto a Del Toro. A mí mucho no me gustó El laberinto del fauno (posiblemente su película con mayor consenso) y tampoco soy un fanático del resto de su cine, pero debo reconocer en Del Toro un profundo conocimiento de las reglas genéricas aplicadas a la narración y un gran cuidado en la composición de sus puestas en escena, donde hay tanta acumulación como precisión. Indudablemente, no cree demasiado en los temas, palabras o diálogos “importantes” (como su colega Alejandro González Iñárritu), sino en la acción. Los mejores momentos de su filmografía están vinculados con personajes que hacen, más que decir. Esto se puede apreciar a partir del desenvolvimiento de la trama de su última película: se abre una especie de brecha interdimensional en lo profundo del Océano Pacífico, de donde salen monstruos gigantes, denominados Kaiju, que destruyen las ciudades y amenazan con extinguir a la humanidad. Es por eso que se crean para combatirlos unos enormes robots, conocidos como Jaegers, que son controlados simultáneamente por dos pilotos que están conectados a través de un puente neuronal. ¿Qué es lo que hace Del Toro con esto? Toma algunos conceptos que le interesan especialmente y que siempre atravesaron su cine: el 2 (dos) como número y palabra clave, porque siempre para uno existe un otro que lo complementa o se contrapone; lo monstruoso resignificado como algo mucho más cercano de lo pensado inicialmente (por algo uno de los slogans del film es “para combatir monstruos, creamos monstruos”), e incluso como una metáfora de los demonios internos que se deben enfrentar; la conexión entre universos que parecían totalmente distanciados, pero también entre mentes (y corazones), explicitando a través de las imágenes (y alejando la chance de los discursos redundantes) las distintas uniones entre los protagonistas, que pasan por lo filial, lo paterno-filial y lo romántico, con la memoria y la pérdida como cimientos dramáticos. No es que haya grandes sorpresas, los caminos que recorren los personajes son en extremo previsibles, pero Del Toro tiene la dosis de conciencia justa (libre de cinismo, por cierto) para que el humor esté equilibrado con la melancolía y el entretenimiento más puro, sin perder fluidez en ningún momento del metraje.
3-Ya empieza a ser un lugar común que los tanques hollywoodenses de los últimos tiempos tengan un gigantismo casi avasallador, y Titanes del Pacífico no es la excepción. Uno puede interpretar que esa pulsión por reventar todo es una muestra de cómo Hollywood busca pisotear toda la posible competencia, sin importarle si en el medio termina pisoteando a los espectadores (algunos de los cuales no sólo se agotan, sino que hasta se sienten violentados), y no estaría errado en lo más mínimo. Pero intuyo que esa es sólo una parte de la respuesta, que debe complejizarse a partir de los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001, que dio paso a un mundo totalmente nuevo, incluso en lo cultural. La caída de las Torres Gemelas o la destrucción de parte del Pentágono demostró que ciertas imágenes que sólo se creían que iban a ser ficción podían ser reales, lo que obligó (y obliga) al cine estadounidense a repensar sus ficciones y sus metáforas de los miedos. El film de Del Toro (un mexicano que abraza sin culpa la maquinaria hollywoodense, asumiéndose como un engranaje más) es de los más ricos para pensar esta instancia. Con sus criaturas difusas, casi inabarcables, tan parecidas y a la vez tan distintas a las que se ven en la Tierra y su galería de personajes multiculturales (que incluyen a asiáticos y rusos, pero no árabes), Titanes del Pacífico habla de un mundo nuevo, donde los peligros son diferentes, mucho más masivos y violentos, y en el que Estados Unidos, como nación, comienza a ser consciente de que algunas cosas ya no puede hacerlas en soledad. De ahí que aparezcan otras potencias, nuevas alianzas que antes estuvieron marcadas por la enemistad y el rencor (pienso en Hiroshima, Nagasaki o la Guerra Fría), que son dejados atrás frente a males mayores. No estoy justificando estos pensamientos, sino exponiendo cómo los estadounidenses, a través de su cine, construyen no sólo su propia identidad sino también la del mundo entero, y con herramientas más que atendibles.
4-En mi pequeño mundo de relaciones personales y laborales me cruzo bastante con gente que piensa (o al menos intenta pensar) al mundo político desde la izquierda. Salvo algunas excepciones, muy pocos se ponen a pensar seriamente la forma en que los Estados Unidos articula sus artefactos culturales, básicamente porque subestiman y/o desprecian al extremo todo lo que lleva el cartel “Made in USA”. Y ojo, están en todo su derecho, pero me parece que la falta de reflexión sobre esas creaciones les impide no sólo comprender cabalmente otras formas de dominio que ejerce el “Hogar de los valientes” sino incluso aprender de esas modalidades para usarlas en beneficio propio o modificarlas. Mientras tanto, los yanquis siguen pensándose a sí mismos (incluso a través de cineastas de otros países) y con eso marcan una diferencia importante. Titanes del Pacífico es un caso testigo: detrás del ruido, las explosiones y las peleas a gran escala, hay un discurso que se impone.