De metal y carne
Titanes del Pacífico (Pacific Rim) comienza con dos palabras, Kaiju y Jaeger. La primera de origen japonés significa bestia extraña, y la segunda, traducida del alemán, cazador. Desde el primer instante Guillermo del Toro cimenta y es consciente lo que va nos va presentar en el resto del film: robots contra monstruos. El sueño del pibe hecho realidad. Este pibe se llama Guillermo, y el fantástico (ciencia ficción, horror y fantasía) son su pasión. En esta oportunidad luego de cucarachas gigantes, superhéroes demoniacos y fábulas cruentas, da rienda suelta a su infantil amor por ese mundo japonés de mechas (robots gigantes controlado por personas en su interior) y godzillas.
Para aquel que se amanece con la historia del film este trata de que en un abismo del Océano Pacifico aparece un portal que se conecta con un mundo extraterrestre. De ese lugar comienzan a salir seres gigantes, la humanidad (como dicta la frase del póster) construye monstruos para derrotar a esos monstruos. Así surgen los Jaeger, rivales en esta mastodóntica pelea. No esperen demasiado más. Tampoco es para tomar a la ligera. El film es tan directo como un golpe de Gipsy Danger (el robot tripulado por nuestro protagonista Raleigh), no busca la pretensión ni las segundas lecturas, es un festival de golpes y amor al género Kaiju-eiga (nacido tras la fundacional Godzilla) pero con la confortabilidad narrativa made in Hollywood.
Es inevitable ver en este mundo de titanes la pasión de Guillermo del Toro por el anime japonés. Cuando a Gipsy Danger se le conecta la cabeza al torso el recuerdo de Mazinger Z se hace presente. Todo ese circo robot de dibujos animados desde Voltron a Evangelion está fagocitado por el niño Guillermo para convertirlo en metal y carne. Y si de Japón hablamos, la referencia a Godzilla (Gojira en idioma original) está presente, pero a diferencia de aquel reptil gigante que también surgía del océano y que representaba el terror atómico (como monstruo que todavía castigaba al tierra nipona en el año 1954 de su estreno) aquí no hay metáforas ni conciencia del cuidado del ambiente. Lo que en otro tiempo era terror a la bomba aquí se transforma en otro juguete a utilizar para el divertimento.
Si algo puede resentir el film en la aridez actoral junto a la linealidad de la historia. Rinko Kikuchi y Charlie Hunnam como la pareja protagonista (Mako Mori y Raleigh) no provocan demasiada empatía, e Idris Elba (actor de Prometeo y Thor entre otras), no brilla dentro del esquema del típico general. En cambio a través de Charlie Day y Burn Gorman, en sus roles de científicos de pasión exaltada, y principalmente, en el gran Ron Perlman (actor fetiche del director), es desde donde se puede palpar el espíritu B y explotation que siempre sirvió de alimentó al género Kaiju. Cada minuto de Perlman transmite cuán en serio puede resultar esto, consciente del juego, aprovecha cada minuto de está mitología aggiornada de la que forma parte. En cuanto al relato nada asombra demasiado, cada pista conduce al lugar que esperábamos, los traumas familiares y relaciones resultan esquemáticas y de trazo grueso. Pero desde las profundidades del cuestionamiento de una historia desprovista de sorpresa (que nos puede hacer perder la pasión por el relato y sus actores) es de donde emergen esos titanes para echarnos en cara que su enormidad iba de metal, cañones laser y engendros, tan grandes, que solo podían caber en la imaginación de un niño, o para nuestra fortuna, dentro de la cámara de del Toro.