Atractivo retrato de un artista singular
El hombre se nos aparece como un gordo piloso y nos cuenta su historia de vago, drogadicto, plomo rockero, hippie tímido refugiado en la casa que hizo arriba de un árbol, posterior colimba, y obligado huésped de la comisaría («cobraba como un banco»), el Cenareso y el Borda, de donde salió mediante una fuga de película, digna de ser llevada al cine. También nos cuenta sus lecturas, y nos muestra sus habilidades. «Yo nací para barrer el colegio», dice, porque se gana el sueldo como portero. Sin embargo Firenze, Berlín y otras ciudades lucen sus esculturas hechas de fierros viejos.
Una observadora lo define: «Es un Gaudí del reciclado». En Quilmes todos conocen su casa, y las escuelas hacen visitas guiadas. Las paredes no son de ladrillo. Las levantó, hasta el techo, con botellas de distintos colores, así la casa es luminosa, bien templada, y regala infinidad de brillos cambiantes a lo largo del día. Lo vemos trabajar, inaugurar su Monumento al Nautiscualo en Berazategui, casarse con la rubia que aceptó dormir en su cama-sarcófago, y contar esa historia, respaldada por diversos amigos como Willy Lastra, el Mono Oscar López (que además puso la música), el doctor Alberto Rocca, etcétera. «El viejo Psiquiátrico no distingue al loco del artista», dice el médico. Pero una cosa no quita la otra. En el fondo, Tito Ingenieri, que así se llama, es un artista singular al que bien puede definirse como un loco lindo, que da gusto conocer, o como un loco lindo que resulta todo un artista. Autores del documental, su paisano y probable coetáneo Alcides Chiesa («Apuntes de un viaje al Iberá», entre otros), egresado del viejo Cerc, y Carlos Martínez, egresado de la Enerc.