En la senda de los buenos films políticos de los 70
Valioso aporte argentino tiene esta coproducción mayormente mexicana, que ilustra hechos reales, ocurridos hace justo 45 años. El 12 de octubre de 1968 se inauguró en la capital azteca la XIX Olimpíada Mundial, la primera organizada en un país del Tercer Mundo; 112 naciones, 5527 atletas, se dieron cita en esa oportunidad. La cifra no es tan exacta cuando se habla de lo que pasó apenas diez días antes, el 2 de octubre: la Matanza de la Plaza de las Tres Culturas, o Matanza de Tlatelolco.
Según el gobierno, murieron sólo 26 personas. Otros calculan hasta diez veces más. John Rodda, corresponsal deportivo de "The Guardian", sumó 325. Muchos en la plaza, otros en casas vecinas, cárceles y comisarías. "Es la cifra más probable", consideró el escritor Octavio Paz, que al enterarse de los hechos renunció inmediatamente a su cargo de embajador. So pretexto de mantener el orden, Ejército, policía y paramilitares habían disparado contra manifestantes, paseantes y hasta vecinos del lugar. Arrestaron a los sobrevivientes, al otro día trajeron grúas para cargar los cuerpos, baldearon, se quedaron hasta el 9 en la plaza. Recién en 2005 la justicia acusó formalmente a 55 responsables, entre ellos Luis Echeverría, en aquel entonces secretario de la gobernación, luego presidente de la nación, pero en 2005 sólo un frágil anciano al que apenas le dictaron arresto domiciliario atenuado.
La película que ahora vemos describe muy bien la época, los entusiasmos juveniles, las disenciones familiares, la incómoda situación de algún funcionario de rango medio, recto, formal y obsecuente, el aumento de señales previas de un lado y de otro, y entre medio un amor imposible, de esos que sólo se viven a los 20 años, contra viento y marea. Y el día 2, y el día después.
Clara, con un suspenso bien llevado, alguna idealización de las víctimas y un capítulo final bien preciso, al estilo de las buenas películas políticas de los 70, "Tlatelolco, verano del 68" tiene también un personaje de espanto: el presidente que interpreta Roberto Sosa, tan exactamente igual al entonces presidente Gustavo Díaz Ordaz, que a cierta altura la representación se ensambla con la reproducción documental y el espectador tiene dificultades para distinguir uno de otro. Pero es fácil: el que dice las mayores barrabasadas es el auténtico.
Autor, Carlos Bolado, editor de "Como agua para chocolate", candidato al Oscar por el documental "Promises", realizador del éxito "Colosio, el asesinato", etcétera. ¿Y los argentinos? En pantalla sólo aparecen Juan Carlos Colombo como abuelo crítico y la rubia Lucía Blaksley. Pero también están los efectos visuales de balazos, etc., logrados en postproducción, el sonido de Matías y Nerio Barberis, la música, original, incisiva, del maestro Christian Basso, grabada en Buenos Aires por una pequeña orquesta de 15 profesores. Dos estudios digitales, cuatro de música y sonido, una treintena larga de especialistas argentinos hay en todo esto. A la cabeza, los productores Fernando Sokolowicz y Pablo Rovito, de Maiz SRL. Con todo lo impresionante que es la historia, si no tuviera el aporte local no impresionaría tanto. Hay que apreciarlo.