Sin ningún tipo de afán de objetividad, este documental, muy bien realizado, en torno de una muy buena cantidad de material, se centra en el juicio que siguió al asesinato de Cristian Ferreyra, militante vinculado al Movimiento Campesino de Santiago del Estero (MOCASE), que figura como productor del film. Los testimonios hablan por sí mismos, sin necesidad de subrayados ni relatos. Lo mismo pasa con las imágenes, que no se andan con chiquitas a la hora de mostrar una realidad en conflicto, cuya vida cotidiana puede parecer dura y brutal a ojos porteños, como deja en claro la segunda toma del film, en la que un padre y su pequeña hija le cortan el cuello a un cabrito mientras los perros lamen la sangre derramada.