La película de Martín Céspedes, Toda esta sangre en el monte, comienza como tantas otras: con un crimen. De hecho, comienza con las consecuencias directas de un crimen, del cual se desprende un funeral. Hay llantos, gritos y pedidos de justicia, y luego la cámara -que sobrevuela el relato sin interpelar a sus protagonistas de manera directa, aleccionadora o explícita-, se posa sobre conversaciones y recortes de la cotidianidad que hoy viven decenas de personas en Santiago del Estero. Aún no sabemos con exactitud cómo sucedieron los hechos, pero comienzan a aparecer las pistas. Agrotóxicos, negocios inescrupulosos, empresarios con matones rentados y la necesidad de agruparse como sea y resistir. Se va construyendo hacia atrás el relato pero no, esto no es Rashōmon, y no hace falta escuchar las otras historias para entender cómo concluye la que más importa, ni mucho menos quién fue el culpable del asesinato.
Toda esta sangre en el monte relata la cruda realidad de aquellos que reciben un castigo solamente por haber nacido y querer proteger lo suyo. Sería fácil decir que se trata de sus tierras, hogares y trabajos, cuando en verdad se trata de la completa idiosincracia de un colectivo humano. Céspedes refleja la potencia del MOCASE (Movimiento Campesino de Santiago del Estero), pero para ello no apela al didactismo panfletario ni señala con el dedo para decir “éstos son los buenos, los otros son malos”. En su lugar, elige construir su relato a través de conversaciones recogidas de lo que se nota son decenas de horas de material grabado, y jamás apela al archivo: vemos lo que la cámara graba, que es lo mismo que probablemente veríamos si nos tomásemos un tiempo para de viajar al norte del país.
Si la estructura se desenvuelve alrededor de un juicio es por una cuestión práctica, ya que articula de la mejor manera posible un hilo conductor, con su introducción, desarrollo y un (inevitable, en este caso) demoledor desenlace. Pero lo que ya sabemos (la impunidad, la injusticia) no es lo que finalmente queda, sino el valor y la resistencia de una comunidad que, lejos de las ciudades, la comodidad y los recursos, consigue hacerle frente a negocios turbios que involucran al poder político, judicial y hasta policial. La farsa jurídica que rige en dicha provincia puede parecer en la película un mal chiste que ni llega a parodia, pero la fuerza con la que se levantan quienes defienden sus derechos, no. Aquí el documentalista lo sabe y pone el foco en el lugar correcto.