Los sicarios del agropower
Las imágenes de un entierro dan inicio a Toda esta sangre en el monte. El sonido trae un llanto profundo y un grito por la injusticia que se continuará en otros a lo largo del documental. Voces de mujeres que con su dolor, testimonio y lucha no dejarán dudas de quienes son los culpables.
Es que en menos de un año fueron asesinados dos jóvenes del Movimiento Campesino de Santiago del Estero (Mocase Vía Campesina). Cristian Ferreyra tenía 23 años cuando le dispararon el 16 de noviembre de 2011 y once meses después asesinaron a Miguel Galván. Estas muertes suceden junto a cotidianas persecuciones realizadas por patotas y sicarios a sueldo contratados por terratenientes y empresarios que buscan avanzar sobre las tierras de las comunidades para acrecentar sus ganancias.
La película intercala el seguimiento del juicio por el asesinato de Cristian Ferreyra y la movilización del Mocase VC para exigir justicia, junto a un registro de la vida en la comunidad que va descubriendo en el presente las mismas causas que crean y recrean "toda esta sangre en el monte".
La cámara acompaña la experiencia campesina al interior del monte santiagueño. El trabajo humano que transforma la naturaleza está retratado en distintos planos que descubren el lugar y acercan al público a esta realidad. La producción cotidiana de alimentos, el trabajo y la vida en comunidad están en amenaza constante por quienes buscan apropiarse de las tierras para avanzar con sus agro-negocios.
El registro directo observa, acompaña y está en confianza con los protagonistas. La cámara se sube a un tractor, se va de caza, observa cuando matan animales, está allí, es parte. Los relatos surgen en medio de caminatas y trabajo, sin entrevistas directas, ni voz en off. El realizador Martín Céspedes trabajó desde el 2012 con las comunidades del monte santiagueño y en ese sentido la película puede aportar una mirada desde adentro.
En un momento dos personas caminan de espaldas y comentan sobre las superficiales experiencias de algunos becarios universitarios, “los que vienen hacen su tesis y se van sin entender nada”, y “hasta algunos se vuelven vegetarianos al volver porque les dio impresión ver como se mata un cabrito”. La realización de la película rompe con esta distancia.
Un cielo despejado es cubierto por nubes hasta volverse plomizo. De la calma a la tormenta, una misma idea que a lo largo de la historia se repite en amenazas constantes contra las comunidades campesinas.
El avance del juicio por el asesinato de Cristian encuentra al Mocase VC organizado, realizando acampes y actos para lograr la condena tanto al autor material, el sicario Javier Juárez, y el resto de los integrantes de la patota para-policial, como al autor y responsable intelectual, el terrateniente Jorge Ciccioli, que fue quien lo contrató.
La lucha colectiva por justicia se expresa en la imagen de cada rostro atento a los testimonios, a las reflexiones en el acampe junto a las organizaciones solidarias, en otro retrato de Nora Cortiñas, como siempre en el álbum de todas las justas luchas.
La defensa de los asesinos miente y difama al movimiento campesino. Afuera los terratenientes siguen marcando la tierra con postes, muestran títulos de propiedad truchos y amenazan, otros sicarios serán convocados nuevamente.
El sonido del dolor vuelve. “Me lo ha muerto a mi hijo” grita en el juicio entre llantos la madre de Cristian Ferreyra y son las mujeres nuevamente las que denuncian las verdades, familiares y compañeras, desde el dolor y para continuar la lucha.
Pero la justicia solo escucha patrones, y en diciembre de 2014 el sicario es condenado tan solo a 10 años de prisión y quien lo contrató, el autor intelectual, es absuelto. Un resultado acorde a la política agropecuaria de los distintos gobiernos que hace años dan impulso a un modelo empresarial sojero responsable de los desalojos, la muerte y la contaminación.
La injusta sentencia no paraliza, las imágenes de la lucha colectiva y las voces contra la impunidad crecen y se multiplican en la pantalla.