Un despliegue de casos excéntricos
Lo que trabaja Néstor Frenkel (Buenos Aires, 1967) en sus “comedias documentales” (Construcción de una ciudad, Amateur, Los ganadores) es la distancia entre lo que el dibujante Rep llamaría “la grandeza y la chiqueza”. Grandeza de pretensiones en los vecinos de la ciudad entrerriana de Federación, que se conciben como protagonistas de una resurrección urbana. Grandeza en la chiqueza, la de Jorge Mario, cineasta aficionado que parecería empeñado en igualar a Hollywood, filmando en super-8 con elencos de amigos. Grandeza ilusoria de un grupo de gente que se dedica a ganar premios que no valen nada. En Todo el año es Navidad Frenkel investiga uno de esos micromundos que tanto le llaman la atención, el de aquellos que “hacen” de Papá Noel en Navidad, confrontando en esta ocasión la grandeza (o gordura, si se prefiere) del mito con la chiqueza del simple rebusque.
Lo que halla la cámara de Frenkel es, como en otros casos, un despliegue de casos curiosos, excéntricos, a veces dignos de piedad. El hombre inflado de dignidad que enumera todos sus talentos y capacidades para, a la hora de los bifes, pararse en una plaza a cantar un verdadero himno a la falta de métrica. El que en el curso del año oficia albañilería, plomería, masajes y reflexología. El que se hace hacer todo el vestuario a medida, incluyendo variantes veraniegas del sofocante traje, “para countries o la playa”. El que decidió dedicarse a esto en una noche llena de visiones místicas, que incluyeron la presencia de Dios en el capó del auto. O el otro al que un duende patagónico puso en el buen camino. El que concilia el disfraz del hombre más pacífico del mundo con la práctica de la lucha grecorromana y las clases de defensa personal, con arma de fuego o arma blanca. El Papá Noel trosko. El megalómano desatado que a los 80 años presenta una agenda sobrecargada, que incluye actuaciones en Estados Unidos, y que practica abdominales mientras su perrito –también sobrecargado– no deja de montárselo.
Están aquéllos que al hacer su trabajo se llenan de emoción, casi como si fueran Papá Noel mismo, y los que lo asumen como un rebusque para ganarse unos mangos. A la mayoría le cuesta enormemente hablar de plata, trabajo o sustento, como si eso fuera indigno. Si no fuera por los reiterados planos de shoppings, que dan un golpe de realidad a tanta sarasa, bajando las ilusiones mágicas al verdadero país de Papá Noel (el del Centro de Compras), daría la impresión de que a Frenkel le basta con exponer esta galería de rarezas mayormente cómicas, como si Todo el año es Navidad aspirara a ser una variante amigable de los shows de “fenómenos” de las ferias de atracciones de un siglo atrás.