Cuando los Santas vienen marchando.
Hay una imagen recurrente en este nuevo documental del realizador Néstor Frenkel -nuevamente sorprendiendo por la galería de personajes encontrados en el universo callejero- que puede sintetizar de manera acabada el espíritu detrás de esta película que evoca el título de un film argentino de 1960, dirigido por Román Viñoly Barreto con un Papá Noel interpretado por Raúl Rossi, acompañado de Olga Zubarry y un gran elenco. La imagen en cuestión tiene por fondo una pantalla verde, elemento de gran utilidad para recrear espacios que no existen en historias que no existen, para el entretenimiento de niños y de adultos capaces de suspender el juicio sobre lo real y sumarse al juego de la imaginación. En el medio, hombres disfrazados de Papá Noel, quienes se presentan a cámara y cuentan su pequeña historia y el nexo -más allá de la necesidad laboral- con la navidad pero más aún con el popular San Nicolás, deformado por el consumismo primero como Santa Claus y luego en la América Hispano parlante bajo el nombre de Papá Noel a secas.
De eso se trata a grandes rasgos el nuevo opus de Néstor Frenkel, por un lado celebrar la importancia que la fantasía genera en los niños desde los testimonios conmovedores de cada entrevistado, y por otro dejar en claro el negocio de la explotación de esa figura asociada a los regalos, a la navidad propiamente dicha y a la tradición que se transmite por generaciones.
Así las cosas, el director de El gran simulador (2013) y equipo reunieron diferentes Papá Noeles, (Juan Carlos Marino, Ricardo Castro, Hugo Taddei, Néstor Gallo, Eduardo Cuevas) todos ellos con características particulares como algunos que creen en la misión a partir del encuentro con duendes o experiencias de epifanía devenidas calzarse el traje, la bolsa y contar con la alegría de los niños y estupideces de los padres, quienes muchas veces someten a las criaturas a torturas para satisfacer sus propias inquietudes y no la de sus hijos.
El humor como es característico surge en los momentos más oportunos, desde el diálogo desopilante o alguna salida extraña para la norma del documental de cabezas parlantes, estilo algo caduco al que Frenkel supera apenas surge el indicio para trazar distintas líneas narrativas.
Sin demasiadas sorpresas, Todo el año es Navidad funciona como homenaje a la fantasía, despojado de otro sentido que no sea el de conservar la felicidad y la creencia inocente en aquel benefactor que baja del Polo Norte a fin de año y toma Coca-Cola todos los días.