Mientras esperaba que Todo el año es navidad comenzara, me encontraba hablando con un colega sentado a mi izquierda. Le conté sobre la película que había visto el día anterior, un documental descomunalmente flojo que -pese a su corta duración- me hizo abandonar la proyección antes de que finalizara. Estaba apenado, ya que tenía una gran ilusión para con esa película; pero más que nada, para con el personaje que ésta retrataba, un personaje tan importante como interesante. Fue una lástima recordar sólo comentarios tendenciosos, anécdotas parciales y contradicciones permanentes. En todo ese desvarío -y para detrimento de mi ilusión-, el sujeto principal -un hombre entrado en años, canoso y rechoncho- se desdibujaba irremediablemente, tal vez hubiese sido una mayor justicia que él participase en un documental donde fuera mejor retratado. Qué lástima que Néstor Frenkel no conoció a este hombre; porque hubiera sido un gran Papá Noel.
Todo el año es navidad se separa de la polémica inherente al tema del film. Se aleja de la bajada de linea ideológica (Santa Claus = Coca Cola = consumismo) partidista sin -y esto es una gran virtud- desmerecer una conciencia política definida.
Ordenemos un poco. La película se desarrolla a través del seguimiento episódico de una docena de hombres muy diferentes. De diferentes vidas y ocupaciones, pasiones y vicios; pero con una fundamental similitud. Todos son, durante el caluroso mes de diciembre, Papá Noel.
La excentricidad es la regla. Un Papá Noel es instructor de jiu-jitsu mientras que otro es masajista y plomero (al mismo tiempo), uno es alfarero -hace unos lindos pesebres- mientras que otro representa guerreros medievales.
De todas formas, todos estos datos, dispuestos en situaciones imaginativas y extravagantes, brillan cuando son puestos bajo la lupa de Frenkel. Gloriosos momentos se desprenden de certeros contrastes: Mientras un Papá Noel dedica horas y horas de su tiempo en la peluquería para teñir su pelo; otro Papá Noel, pelado y motoquero, se coloca una barba postiza en el momento de su acto.
Por otro lado coexisten Papás Noel profundamente contradictorios. En Todo el año es navidad aparecen al mismo tiempo un militante -emparentado con el sindicalismo y el Cordobazo- y un cartón publicitario -uno de ellos actúa de Santa Claus en las publicidades de Coca Cola-. Aquí, justamente lo que hablábamos del apartamiento; estos personajes rotundamente diversos conviven amablemente. La clave de este proceder está en el comienzo del film, cuando Papá Noel explica: “Mi mamá quería que fuera sacerdote, mientras mi papá quería que fuera empresario. Terminé siendo las dos cosas.”
El procedimiento de Frenkel es cuasi fenomenológico; toma un fenómeno especial -Papá Noel- y lo desarrolla en sus más ínfimas particularidades. Por eso, cada vez que vemos un nuevo sujeto -y las grandes diferencias que tiene con el que lo antecede y procede- tenemos la sensación de ver una unidad constante. Unidad conceptual -por lo que decíamos- y formal -las tomas parcialmente en monocromos o el uso extensivo del set y artilugios comunes de montaje, por ejemplo-. Vemos a Papá Noel, vemos doce veces a Papá Noel; siendo siempre igual, y siempre diferente.
Todo el año es navidad mezcla la extravagancia más manifiesta con la interioridad más recóndita. Luego de terminada la proyección me sorprendí de ver, esta vez a mi derecha, a uno de los Papá Noel retratados, siendo este un espectador más en la función.
Debo decir, de todas manera, que mi ilusión quedo restablecida, ya que a lo largo del film me sentí nuevamente un niño; esperando por ver, vez tras vez, a Papá Noel.
Habiendo visto varias de las grandes películas de este festival; no considero una hipérbole, ni mucho menos una exageración, pensar en Todo el año es navidad como la mejor película de este Bafici.
¡Feliz Navidad!