El personaje del magnate petrolero J. Paul Getty –muy bien interpretado por Christopher Plummer, quien refilmó todas las escenas que había hecho Kevin Spacey– es lo más interesante de este thriller centrado en el secuestro de su nieto en Italia en 1973 y su controvertida negativa a pagar el rescate.
La nueva película de Ridley Scott logró una curiosa fama extra cuando el director anunció, tras los escándalos ligados a Kevin Spacey por acosos sexuales, reemplazarlo en la película por Christopher Plummer. Si alguno no se enteró de lo que pasó, lo llamativo es que no lo reemplazó antes ni durante el rodaje sino con la película concluida, cerrada y a semanas de estrenarse. En un veloz despliegue de producción refilmaron las escenas (quizás algunas fueron recortadas, no sé si alguna vez lo sabremos) con Plummer, quien tiene un rol bastante importante en el filme. Y pocas semanas después TODO EL DINERO DEL MUNDO estaba lista y estrenable.
Sin entrar en la discusión de otro orden ligada a si es o no correcto borrar a un actor de una película más allá de lo que haya hecho (no se discute acá sus actos sino las implicancias éticas de “borrar la historia”), lo cierto es que Plummer se convierte en el mejor motivo para ver la película de Scott ya que, cuando desaparece de la pantalla, es poco lo que hay de interés en la trama en sí. Es que Plummer (y antes Spacey, ¿se verá su versión en alguna edición aniversario del filme?) interpretaron a un personaje extraño y fascinante, de esos cuya estirpe podría retrotraerse a la de William Randolph Hearst (o su alter-ego en EL CIUDADANO, Charles Foster Kane) o similares magnates excéntricos y solitarios (¿Trump, quizás?), en apariencia completamente desconectados del mundo real. Me refiero al billonario J. Paul Getty.
La película tiene una estructura narrativa extraña, al principio, ya que a través de una serie de flashbacks vemos por un lado cómo Getty se convirtió en un magnate petrolero, por otro la historia familiar de uno de sus hijos que casi no tiene relación con su padre hasta que él lo llama, ya de grande, para trabajar a sus órdenes en Italia; y, ya en el presente narrativo (1973), el secuestro de uno de sus nietos, Paul, un adolescente capturado en Roma por un grupo de asaltantes calabreses. Así es que, de un modo un tanto trabajoso, llegamos a entender una serie de cosas: que los padres de Paul están separados y él está perdido en plan hippie en Marruecos por lo que la madre (Michelle Williams) es la encargada de lidiar con los secuestradores, que el rubiecito Paul es por algún motivo no del todo claro el favorito de su abuelo y, fundamentalmente, que pese a eso el viejo Getty no quiere saber nada con pagar los 17 millones de dólares que los secuestradores piden.
Getty tendrá su peso al principio y al final del relato pero el resto del tiempo la película se centrará en los intentos de la madre, Gail, con la “ayuda” de un ex agente de la CIA que trabaja para Getty (Mark Wahlberg), para recuperar a su hijo, tanto mediante la investigación policial como intentando negociar económicamente con los secuestradores. El problema es que la investigación casi no existe (la policía italiana no parece hacer mucho al respecto, el propio agente duda que sea un secuestro real y casi todo se reduce a tensas conversaciones telefónicas entre Williams y Romain Duris, el actor francés que por algún motivo encarna a un calabrés) y la química entre ella y Wahlberg es inexistente.
Más interesante es entender a un personaje como Getty, quien dice amar a su nieto pero no está dispuesto (¿o no puede?) pagar su rescate. Con fama de tacaño, dice que lo hace para no fomentar otros secuestros extorsivos pero Gail no le cree y se frustra, además, porque los medios creen que ella tiene dinero y tampoco quiere pagar, lo que no es el caso ya que tras el divorcio no recibe nada de la familia Getty. El enfrentamiento real en el filme es entre ellos dos, ya que el secuestro –salvo por una cruda escena de mutilación que obligará a taparse los ojos a muchos– no produce demasiado en lo que respecta a tensión o emociones, más allá de los típicos conflictos internos entre los indistinguibles secuestradores cuando se dan cuenta que no recibirán la plata que quieren.
La película subirá un poco en interés en su última parte (dura 133 minutos) pero no lo suficiente para generar una real tensión, ni siquiera cuando –como me pasó a mí, que no quise leer sobre el caso real– uno no sepa cómo termina la historia. Algo raro viniendo de Scott, de quien se puede discutir muchas cosas (y películas) pero es innegable que suele ser un eficiente narrador. Para un thriller con secuestro, TODO EL DINERO DEL MUNDO está llamativamente desprovista de tensión, nervios, sensación de peligro. Y si había otra película ahí, más ligada al drama familiar y a la relación con el dinero, Scott tampoco llega a explorarla a fondo. Así como está, la película no profundiza ni por un lado ni por el otro. Es un producto fallido en el que lo que más se destaca es la curiosa y extravagante personalidad de Getty, un personaje oscuro y solitario que vive en un enorme y gótico caserón rodeado de obras de arte que compra compulsivamente, y quien tal vez merecía una biografía hecha y derecha y no una artificialmente disfrazada de thriller.