La película de la que fue echado Kevin Spacey: así será recordada Todo El Dinero del Mundo.
El motivo: las decenas de denuncias por abuso que parecen haber terminado con la carrera del actor, justo cuando había alcanzado su cenit, de la mano del Frank Underwood de House of Cards. Antes de resultar eyectado, se descontaba que por el papel de Todo el Dinero del Mundo Spacey sería nominado al Oscar. Y ahora es su remplazante, el veteranísimo Christopher Plummer (88 años), quien resultó nominado al Globo y al Oscar por ese rol. Como si el papel viniera ya con la nominación puesta y el actor que lo asumiera, no importa quien fuera, resultara nominado. “Mire, le ofrecemos este papel, que va a ser nominado al Globo y al Oscar. ¿Lo acepta?” Palito Ortega acepta… y resulta nominado.
El de John Paul Getty es, en verdad, uno de esos papeles por los cuales cualquier actor daría una libra de carne. “No fue sólo el hombre más rico del mundo”, aclara un cartel, “sino el más rico en la historia de la humanidad”. Heredero de un emporio petrolero familiar, su soledad radical, producto de una hijoputez visceral, lo lleva a comprar a carradas obras maestras de la pintura universal, desde Mantegna hasta Vermeer, como si fueran caramelos, y coleccionarlas junto con bustos y esculturas igualmente invaluables (“no inapreciables”, aclara, pues “no hay nada sobre la tierra que no tenga precio”), en gigantescos depósitos de su propiedad. Todo ello, se supone, para llenar imposiblemente el vacío interior al que su infinito egoísmo, avaricia (el tipo se lava la ropa interior para no gastar en lavadero), ambición y desprecio por sus semejantes lo condenan. En otras palabras, Getty es la perfecta combinación entre Mr. Burns, Rico McPato y Charles Foster Kane, el personaje de Orson Welles en El Ciudadano. O, si se prefiere, una encarnación monstruosa (lo de “monstruosa” queda claro sobre el final de la película) del capitalismo o de los Estados Unidos. Lo que viene a ser lo mismo.
Pero John Paul Getty no es el protagonista de. Aunque el propio título de la película parezca desearlo. El protagonista de Todo el Dinero del Mundo no es en realidad ningún ser humano (suponiendo que JPG lo fuera) sino una situación, la del secuestro de su nieto en Italia, y lo que ese secuestro genera. Quienes tengan algunos años recordaránque allá por 1973, además del triunfo del Tío Cámpora y el campeonato ganado por el sensacional Huracán de Brindisi, Babington, Houseman & Cia, por estas tierras se habló mucho del secuestro en Roma de Paul Getty, por entonces de 16 años. Los secuestradores son una pandilla de salteadores calabreses (o eso parece, en primera instancia), que levantan el teléfono y tiran la cifra del rescate: 17 millones de dólares. ¿Puede negarse un abuelo, para quien esa cifra equivale al costo de una pelusa en el living, a pagar el rescate de su nieto secuestrado a miles de kilómetros de distancia? Si se llama John Paul Getty, puede. “Tengo catorce nietos. Si pago lo que piden no van a dejar de pedirme rescate por los otros trece”, argumenta el abuelo, no sin cierta lógica.
La película de Ridley Scott, escrita por David Scarpa y John Pearson en base al libro de ambos, trabaja sobre una oposición que apunta a una igualación. De un lado, el paese calabrés, donde un grupo de secuestradores indiferenciados, seguramente hijos de campesinos, armados con fusiles que parecen de la Primera Guerra, Segunda cuando mucho, y a los que la producción imagina por algún motivo siempre transpirados y con los rostros sucios como mineros del carbón, esperan noticias del otro lado del Atlántico (una licencia del relato, ya que a esa altura hacía rato que el presidente de Getty Oil vivía en Inglaterra). Del otro lado del charco se libra una guerra entre la madre del chico (Michelle Williams) y un hombre de confianza de Getty “dado vuelta” (Mark Wahlberg, impávido hasta que estalla), que intentan negociar telefónicamente con los secuestradores, contra su suegro y su ejército de leguleyos, consejeros, asesores y lamebotas, que no quieren ceder un solo dólar. Algo semejante sucede en Calabria, donde el rehén es “vendido” de unos secuestradores a otros, que finalmente deciden mandar por correo una oreja del chico como prueba de que están dispuestos a todo.
La idea subyacente es muy interesante: ese grupito de carasucias, sobre los cuales en algún momento asoma la figura de un mafioso, es peligroso para el chico; el viejo petrolero yanqui, en cambio, es peligroso para la humanidad. El problema es que a Scott esta igualación teórica se le desequilibra en términos dramáticos, por la sencilla y obvia razón de que Getty, como personaje, deja chiquito a cualquier otro. Y Scott no logra compensar ese desbalance construyendo acciones que den interés a la situación del nieto. No tiene relieve el personaje de éste, y el realizador de Alien y Blade Runner no sabe generarle interés a su relación con los raptores, que no pasan de ser una masa indiferenciada. Salvo el que oficia de contacto telefónico. Y allí el problema es que el francés Romain Duris (¿por qué un francés hace de calabrés?) está todo el tiempo sacado, no se entiende por qué. El resultado es que pudiendo haber sido una película tensa y angustiosa (todo relato de secuestro lo es), con puntos de vista cruzados y enfrentados y un personaje de rasgos monstruosos en el centro, da por resultado un film desparejo, interesante de a rato y lagunero en otros.