Todo el dinero del mundo

Crítica de Miguel Angel Silva - Leedor.com

Ridley Scott vuelve a las pantallas con una de sus películas más oscuras y desangeladas de toda su producción.

Si bien en Blade Runner —por tomar un ejemplo de estética oscura y desapasionada— los personajes se movían en un mundo lúgubre, lluvioso y apocalíptico, existía una cuota de humanidad y poesía en sus pensamientos y acciones. La paloma soltada por uno de los androides segundos antes de morir, es una de las escenas más bellas de todos los tiempos. En Todo el dinero del mundo (2017), no estamos en el futuro, no es una distopía rupturista, ocurre en los álgidos años 70 —precisamente en el año 1973— y sin embargo todo sucede dentro de un clima opresivo y asfixiante. No hay redención ni para unos ni para otros de los protagonistas de la historia. Es como si el dinero contaminara todo parea corromper el alma misma de la película. Por eso su frialdad, claro que eso es lo que se propone Ridley Scott: un film en donde los billetes pasan a formar parte de la misma existencia, metafórica y literalmente hablando, ensuciando todo a su paso.

La historia está basada en Painfully rich: the outrageous fortune and misfortune of the heirs of John Paul Getty del escritor John Pearson algo así como “Dolorosamente rico, la desorbitante fortuna y las desgracias de los herederos de John Paul Getty”. Y eso es preciosamente lo que merodea toda la película: el dolor. El dolor existencial de J. Paul Getty en desear todo el dinero del mundo —de hecho llega un punto en que se convierte en el hombre más rico del planeta— para darle un sentido a su vida.

Toda obsesión por algo o alguien demuestra como ese algo o alguien lo domina y pasa a formar parte de una meta: el querer más de lo mismo. Como una droga, el dinero inoculado en grandes dosis por el negocio petrolero pasa a convertirse en su único horizonte. El dinero y los objetos, no así la empatía con las personas, que para él siempre terminan defraudándolo.

La historia comienza cuando al nieto de J. Paul Getty (Charlie Plummer) es secuestrado. Una secuencia presentada en los primeros cinco minutos de proyección. Aún no sabemos nada de la familia de Getty. La película los irá presentando mediante el recurso de varios flashbacks en donde vemos a un Getty mucho más joven negociando la extracción de petróleo con los árabes —es a partir de allí en que comienza a amasar toda su fortuna—, la vida en pareja de su hijo John Paul Getty Jr. (Andrew Buchan) con Gail Harris (Michelle Williams), la declinación de esta pareja que parece tenerlo todo y a la vez no tiene nada más que un apellido ilustre, la separación, la vida bohemia de quién sería luego John Paul Getty III, hasta que llegamos al momento en que comienzan las negociaciones por el pago del rescate del joven secuestrado en Roma, por un grupo de raptores italianos que piden nada menos que 17 millones de dólares para devolverlo sano y salvo.

Lo que nadie sabe —el grupo de secuestradores, la prensa, el común de la gente— es que la madre del joven secuestrado no tiene el dinero que le exigen, es más, no tiene dinero alguno. “Yo no soy una Getty, solo me casé con uno”, dice en algún momento. El padre del chico no es más que un espectador y permanece al margen, sumido en su mundo de adicciones. Por lo que todas las miradas son dirigidas al magnate —el abuelo— dueño de un imperio difícil de calcular. “Si eres capaz de poder contar cuánto dinero tienes, entonces no eres multimillonario”, dice en una entrevista para la revista Palyboy. Una persona que en el transcurso de la película —y de las negociaciones— se hace más y más invulnerable a toda demostración de clemencia de parte de su nuera.

Para Getty su hijo es un fracasado consumido por las drogas, su nuera una inservible que le sacó la custodia de su nieto. Según su lógica empresarial, si hay alguien que tiene que llevar a cabo la negociación —porque para él todo es negocio— es él. Contrata a su hombre de confianza y asesor en seguridad para que investigue el caso y lo solucione siempre y cuando no se exceda en los gastos, esto incluye el pago del rescate. La angustia de la madre (una actuación demasiado medida de Michelle Williams para el drama por el que atraviesa), se acrecienta con el correr de los días.

Getty parece insobornable. “Tengo 14 nietos, si pago el rescate de uno de ellos, tendría 14 nietos secuestrados”, declara en una improvisada rueda de prensa. La madre desesperada por conseguir el dinero, el agente de seguridad, quien a mitad de la película y a espaldas del propio Getty, decide ayudarla, el nieto que ve peligrar su integridad física a medida que los reclamos de los captores son desoídos —de hecho van bajando la suma hasta llegar a los 4 millones de dólares, claro que para Getty es como pedirle 100— van sumando nuevos y nuevos fracasos, tanto desde el lado de los raptores como desde el lado de la familia. “¿Cuánto está dispuesto a pagar por el rescate de su nieto? Nada”, dice a una prensa azorada que logra acorralarlo cuando la situación toma estado público.

Lo cierto es que esta maraña de situaciones y conflictos familiares obedecen a una única razón: saber quién tiene el poder de dominar al otro. ¿Gail a su suegro? ¿Getty a su nuera y a los secuestradores de su nieto? ¿El grupo de secuestradores a Getty? ¿La opinión pública al imperio Getty?

Ridley Scott, acostumbrado a filmar monstruos de otras galaxias, nos presenta uno bien terrenal. La monstruosidad teñida de verde dólar, la del desapego total de una mente rencorosa por haber sido vencido en el pasado. No olvidemos que Gail ganó la custodia de su hijo a cambio de renunciar a la fortuna de su suegro. Si bien en su momento a Getty esto le pareció un buen negocio, no pudo olvidar que fue engañado. “Siento que me está estafando, pero no sé de qué manera”, dijo en la audiencia para discutir si el pequeño Getty III se quedaba con su padre devastado por las drogas y el alcohol o con su madre.

Un thriller sórdido, con una fotografía de Dariusz Wolski sombría y deprimente y la música de Daniel Pemberton que acompaña con buenos temas de la época.

Merece una mención especial el increíble trabajo de Christopher Plummer, que fue contratado a último momento para ocupar el papel que tenía Kevin Spacey —borrado de la película por los escándalos de abuso sexual que se filtró en la prensa— y que logró una nominación al Oscar por su caracterización de un personaje totalmente despreciable.

Mark Whalber, en el papel de Fletcher Chase, el jefe de seguridad que se encarga de las negociaciones, protagoniza las secuencias en donde se transmite un poco de nervio cuando decide tomar partido por la sufrida Gail Harris.

Una historia, en definitiva, que siempre tuvo todos los elementos para ser llevada al cine y que a más de 40 años logra hacerlo un director que, entre la saga de Alien y Blade Runner, logra movilizarnos una vez más con una película de alto impacto psicológico, aunque no logra deslumbrar por el lado pasional.

“Ser un Getty es algo extraordinario. Tenemos su aspecto, pero no somos como ustedes. Es como si fuéramos de otro planeta, donde la fuerza de la gravedad es tan potente que doblega la luz”, dice la voz en off del nieto de John Paul Getty antes de ser secuestrado.

Ridley Scott, sin darse cuenta filmó otra gran película sobre extraterrestres, aquellos que se creen superiores a la raza humana y que gravitan algunos centímetros por arriba del suelo. Sus alas están hechas de billetes, claro que siempre habrá alguien dispuesto a encender uno de sus bordes.