Retrato de un avaro
Tal vez este opus de Ridley Scott reciba mayores comentarios por la anécdota entre bambalinas cuando los productores optaron por reemplazar a Kevin Spacey, elegido para interpretar al magnate petrolero Jean Paul Getty, por el veterano y experimentado Christopher Plummer, a quien realmente le sienta muy bien este desafío, que por los méritos de un film con todas las características para ser considerado un excelente policial como los de antes.
Y es que la solidez de Todo el dinero del mundo se concentra en tres pilares básicos: Trama, Contexto y Personajes. La trama nos remonta a un hecho ocurrido en Roma en 1973 cuando un grupo de secuestradores, varios de ellos calabreses, realizan el secuestro de uno de los nietos de Jean Paul Getty. El rescate requerido era de 17 millones de dólares, cifra sumamente insignificante para la billonaria billetera de quien viviera a expensas de la lluvia de petro dólares pero que dada su avaricia implicó el primer obstáculo al negarse a poner un centavo para rescatar con vida a Getty Junior.
Por un lado, estamos en presencia de una película de secuestro, investigación y desenlace incierto, pero por otro el grado de complejidad de la trama aproxima diferentes lineas narrativas en las que Ridley Scott se encarga de exponer todas las aristas de la condición humana. Desde la miserable actitud del billonario, inconmovible incluso al recibir como prueba de vida la oreja cercenada de su nieto hasta la angustiante tarea de su madre (Michelle Williams), quien al no contar con el dinero requerido para el rescate necesitaba imperiosamente del apoyo de un avaro suegro.
El nexo entre estos dos personajes lo constituye el tercero en discordia (Mark Wahlberg), encargado por Jean Paul Getty de los negocios con Jeques y también de la seguridad al tratarse de un millonario, a quien se le encomienda la investigación y el control indirecto de las acciones de la madre en su desesperada búsqueda del paradero de su hijo secuestrado. Sin embargo, no deja de ser menos relevante el rol de los secuestradores y sobre todas las cosas del interlocutor apodado “Cincuenta” en la piel del gran actor francés Romain Duris.
La tensión del thriller a expensas de un ritmo que no atosiga con información sino que encuentra el timing justo para que cada situación acople dramatismo en una carrera no declarada contra el tiempo se yuxtapone con el minucioso retrato de la avaricia de Jean Paul Getty y su maquiavélica idea de negociación para evadir impuestos y sacar provecho del drama familiar y así quitarle poder a una nuera combativa, quien no callaba ante ninguna presión y que estaba dispuesta a luchar con un gigante, aunque le costara un estatus o al menos cierto lugar que ocupaba en el entorno de quien en ese momento era el hombre más rico del mundo.
A medida que avanza el relato también crece la expectativa sobre el desenlace del secuestro, la suerte de los captores y claro está el destino del damnificado, de quien al comienzo se sospechaba haber sido autor intelectual de su propia pesadilla para quitarle algo de dinero a un abuelo sin corazón.