EL DINERO ES ALGO MALO, MUY MALO
No deja de ser llamativo que Ridley Scott necesite de más de dos horas para volcar ideas extremadamente básicas, del tipo “el dinero no hace la felicidad”, y no pueda ir más allá de esa superficie biempensante. Todo el dinero del mundo, que cuenta la historia del secuestro del joven John Paul Getty III y los intentos de su madre para convencer a su millonario abuelo Jean Paul Getty de pagar el rescate, se queda con un punto de vista obvio, previsible, que lleva al relato a atmósferas definitivamente anodinas.
No debería ser difícil preguntarse por qué Scott eligió llevar a la pantalla grande esta historia, ya que los hechos reales son apasionantes, complejos en su explicación, seguramente con unos cuantos agujeros negros –que son terreno fértil para el abordaje ficcional- y una muestra de cómo pensaba y accionaba Getty. Pero a la vez es difícil indagar en el por qué de la concreción del proyecto, porque es un tanto asombroso el desgano con el que filma Scott, que filma todo con un nivel de frivolidad digno de la revista Gente (porque la verdad que Caras tiene algo más de qualité) y hasta un tono sensacionalista en clave Crónica TV pero bastante más aburrido.
Lo cierto es que no debería sorprender esto en Scott, un realizador que tuvo un arranque notable en su carrera –entregando en sucesión tres clásicos como Los duelistas, Alien, el octavo pasajero y Blade runner-, para luego ir convirtiéndose en un artesano apenas efectivo. Ya lo habíamos visto desganado en films como Los tramposos y Un buen año, y sensacionalista en películas como Hannibal y Hasta el límite, aunque acá no aparece ese narrador funcional que rodó Gángster americano o Misión rescate. En Todo el dinero del mundo no hay nada que uno no pueda averiguar por Wikipedia o algún artículo periodístico mínimamente inquisitivo. Y, al igual que Getty –que más que coleccionista, era un acumulador de cosas y hasta personas-, el film se dedica a practicar la acumulación: de ahí que se expongan de la manera más banal todas las anécdotas comunes sobre el suceso en cuestión, como la cabina telefónica que tenía el millonario petrolero en su mansión o el momento en que los secuestradores le cortan la oreja al joven Getty (secuencia donde Scott demuestra que el pudor no es lo suyo).
Por eso es que Todo el dinero del mundo solo termina teniendo como recurso legítimo las actuaciones, ya que Michelle Williams aporta cierto equilibrio a un rol maternal que se prestaba al desborde; Mark Wahlberg trabaja con efectividad el profesionalismo del jefe de seguridad Fletcher Case; y Christopher Plummer –acertado reemplazo luego de las denuncias contra Kevin Spacey por acoso sexual- le brinda humanidad a un Getty al que la película casi siempre pretende retratar desde los estereotipos y esquematismos esperables. El resto son obviedades y el film, de manera casi lógica, termina funcionando mucho mejor cuando se apoya en el molde genérico del thriller a partir de las idas y vueltas del secuestro. Allí es donde resurge el Scott más virtuoso, ese que sabe ponerse al servicio de la narración y contribuir con algo de nervio y fisicidad al relato.
Sin embargo, lo que se impone en Todo el dinero del mundo es el trazo grueso y la manipulación, que no solo se extiende a su mirada sobre la codicia y sus implicancias, sino también a otros aspectos de la historia, como toda la subtrama alrededor de Cinquanta –el secuestrador a cargo de las negociaciones-, que roza lo inverosímil. Aún así, lo peor es su timidez y apatía, la poca convicción con la que explora las diferentes violencias –físicas, pero también psicológicas y financieras- puestas en juego, que llevan a que la saga de los Getty sea un objeto tan calculador como soporífero.