Hay algo en “Todo el dinero del mundo” (2017) de Ridley Scott que hace ruido. Al comenzar la proyección y ver por primera vez a Christopher Plummer como el multibillonrio Getty, un misterioso mecanismo comienza a operar en la cabeza del espectador cinéfilo que se pregunta cómo hubiese sido esta película con Kevin Spacey en este papel.
Porque si bien Plummer está soberbio y contundente, como ese magnate avaro que no desea desprenderse de su dinero ni siquiera para salvarle el pellejo a uno de sus nietos, la duda de cómo hubiese sido todo con Spacey queda latente.
“Todo el dinero del mundo” fue la primera producción que se vio envuelta en la ola de denuncias sobre acoso que impera al momento en Hollywood. La producción de la película prefirió remover a Spacey del film y convocar a Plummer para que interpretara al empresario petrolero, dueño de la fortuna más grande de todos los tiempos.
Y el resultado está a la vista, Plummer demuestra con solvencia el oficio que a lo largo de los años supo conseguir, construye a Getty de una manera sublime (de hecho ha sido reconocido con nominaciones en la temporada de premios el enorme esfuerzo que ha hecho) y se convierte en el ícono de la película.
Así y todo la pregunta sobre Spacey queda latente durante toda la proyección.
“Todo el dinero del mundo” marca el retorno a las pantallas de Ridley Scott, un realizador que se toma su tiempo para narrar, y que en esta oportnidad vuelca su oficio en la dirección de actores y en la puesta en escena más que en el virtuosismo de dirección.
El guion, de estructura clásica, sigue de cerca el caso del secuestro de John Paul Getty III (Charlie Plummer) en medio de la lucha de la madre de éste (Michelle Williams) por lograr que el rescate, de 17 millones de dólares, sea abonado por el abuelo (Plummer). En medio de la historia Fletcher Chase (Mark Whalberg), un especialista en negociaciones, acompañará a la mujer a entender los motivos del secuestro, la gente involucrada, y también la acercará al magnate para conseguir una solución ideal para todos.
Scott despliega la historia en un registro cuasi televisivo, sin grandes estridencias, apoyándose en la construcción e interpretación de los actores.
Al hacer esto, descansa en ellos todo el poderío de la historia, la que a minutos de arrancar se convierte en un simple recorrido por las tapas de los periódicos de la época, sin reflexionar sobre aquello que narra. Hay un interesante trabajo con la paleta de colores, la que, sumada a la decisión de trabajar casi en penumbras, termina por configurar una atmósfera ominosa, propicia al personaje de Getty y a sus manejos y decisiones sobre el dinero.
Por momentos, resalto, por momentos, “Todo el dinero del mundo”, tiene algo de aquellos capítulos de “Los Simpsons” en los que el Sr. Burns intenta obtener por nada algo de los demás, destacando la figura del millonario y mostrando su lógica utilitaria aún para con sus seres “queridos”.
Y entre esa dicotomía, de relato histórico, intento de biopic con trazo exagerado y grueso, y la falta de pasión en el guion, “Todo el dinero del mundo” no logra sorprender o impactar con la obviedad de su propuesta, y mucho menos su mensaje sobre la mezquindad y avaricia.