Aclamada por varios de los críticos/influencers top, fenómeno en las redes sociales (donde incluso se desarrolló una masiva y entusiasta campaña para pedir por su estreno comercial en los cines argentinos), Todo en todas partes al mismo tiempo me generaba no solo curiosidad sino también la casi certeza de que estaba por ver algo realmente sorprendente. Quizás semejante consenso me jugó en contra porque la sensación de decepción se apoderó de mi a los pocos minutos y no me abandonó hasta el final. Quería que me gustara. Tenía que gustarme. Pero no hubo caso. Me parece uno de esos fenómenos muy de estos tiempos. Una película inflada, con cierto ingenio que se confunde con inteligencia, con ambiciones y pretensiones en las que algunos creen ver genialidad. Si la mitad de los excesos, ridiculeces, caprichos, arbitrariedades y torpezas que aparecen en los 139 minutos de Todo en todas partes al mismo tiempo estuvieran en, digamos, Doctor Strange y el multiverso de la locura, muchos exégetas del film de los Daniels le darían con un caño, pero este no es un lanzamiento de Marvel/Disney sino de la prestigiosa A24 y entonces todo es adulación y celebración incondicional.
Dividida en un prólogo “realista” y luego en tres minipelículas tituladas Everything, Everywhere y All at Once (sumadas completan el título en otro rapto de inventiva), la historia tiene como heroína a Evelyn Wang (Michelle Yeoh), parte de una familia de inmigrantes chinos que lucha por sostener una concurrida y caótica lavandería mientras debe lidiar con su marido Waymond (Ke Huy Quan), que en verdad pretende divorciarse, un padre despótico y semi inválido (James Hong) y su hija Joy (Stephanie Hsu), que trata de que ella y su pareja lesbiana sean aceptadas, mientras una despiadada auditora de la agencia oficial de rentas (una simpática villana a cargo de Jamie Lee Curtis) amenaza con cerrarle el negocio por múltiples deficiencias en las declaraciones de impuestos.
Pero a los 15 minutos el registro de comedia costumbrista y pintoresquista asiática se convierte en otra cosa que evidentemente deslumbró a muchos y a mi me resultó una experiencia desmesurada, avasallante, frenética, por momentos intrascendente y en varios pasajes irritante. Los Daniels (Swiss Army Man) no se andan con chiquitas y en el multiverso de Todo en todas partes al mismo tiempo habrá lugar para la ciencia ficción, la comedia fantástica, el musical, las artes marciales y cuanto género quieran sumar. Todo, por supuesto, con un tono canchero y siempre a pura velocidad en un maximalismo pop (del estilo Hitman o Scott Pilgrim vs. los ex de la chica de sus sueños) que en la comparación convierte a Michel Gondry y Charlie Kaufman en émulos de Robert Bresson.
En el salto de un multiverso a otro habrá escenas que remiten a El tigre y el dragón, Matrix, Terminator, Kill Bill y hasta 2001, odisea del espacio y Con ánimo de amar, en un juego de guiños, homenajes y complicidades que puede resultar simpático en un principio, pero luego se convierte en una insustanciosa acumulación de estímulos y pirotecnia visual.
Si la película no cae en el desmadre absoluto es porque en el centro de la escena está casi siempre un mito del cine asiático como la malayo-china Michelle Yeoh (la misma de películas de Johnnie To, la mencionada El tigre y el dragón y un éxito reciente como Locamente millonarios), quien a los 60 años no solo maneja con naturalidad todos los registros (desde la comedia física al melodrama familiar) sino que demuestra que todavía puede sostener coreográficas escenas de artes marciales. Lo suyo es decididamente superior al ruido y el caos que proponen los Daniels con producción de los hermanos Joe y Anthony Russo.