"Todo en todas partes al mismo tiempo": más realidades múltiples
Si las peripecias argumentales del Universo Cinematográfico de Marvel pusieron en boca de millones el término “multiverso”, los Daniels exprimieron hasta la última gota de las posibilidades de universos paralelos relacionados entre sí e incluyeron un millón de referencias a lo largo de los 140 minutos de esta rocambolesca, caótica y caprichosa historia.
Desde su estreno hace tres meses en el Festival South by Southwest, Todo en todas partes al mismo tiempo se convirtió en LA película de la temporada, esa que un sector importante de la crítica, en alianza con el fandom digital, señalan como poco menos que la octava maravilla del mundo, como una obra maestra destinada a reinventar el lenguaje audiovisual. El uso del inflador conlleva un problemón: así como es cierto que puede traccionar público a las salas -una hazaña en tiempos en los que la taquilla respira por el oxígeno insuflado por franquicias y/o superhéroes-, también lo es que las exceptivas pueden llegar mucho más alto de lo que la película tiene para ofrecer. Así ocurre con la segunda colaboración conjunta de Daniel Kwan y Daniel Scheinert luego de Swiss Army Man (2016), que en su momento hizo ruido en el catálogo de Netflix porque su premisa consistía en, básicamente, un tipo muerto cuyos pedos propulsaban la salida de un compañero de una isla desierta. Tienen inventiva Kwan y Scheinert, son tan cool que firman sus trabajos como... Daniels. Y cool es un adjetivo que calza perfecto a Todo en todas partes….
Si hay algo que no puede negárseles a los Daniels, es la capacidad para sintonizar con el aire de su tiempo: si las peripecias argumentales del Universo Cinematográfico de Marvel pusieron en boca de millones el término “multiverso” e hicieron del guiño y la autorreferencia un par de obligaciones para toda película que aspire a congraciarse con las audiencias más jóvenes, los muchachos exprimieron hasta la última gota de las posibilidades de universos paralelos relacionados entre sí e incluyeron un millón de referencias a lo largo de los 140 minutos de esta rocambolesca, caótica y caprichosa historia centrada en Evelyn Wang (la leyenda del cine asiático Michelle Yeoh, aprovechando a pleno su apogeo en tierras norteamericanas), una inmigrante china que hace lo que puede para sostener el negocio a flote mientras su familia se desmorona. Un marido que quiere divorciarse (Ke Huy Quan, el nenito de Indiana Jones y el templo de la perdición), un padre despótico que parece disfrutar menospreciándola y una hija que intenta que mamá acepte de una buena vez que tiene novia son prueba de ello.
Por si fuera poco, una auditora (Jamie Lee Curtis) controla sus números bancarios y le dice que está al horno. Todo indica que seguirá un drama sobre las dificultades de la inmigración y los choques generacionales, hasta que el marido la mete en el cuarto de limpieza y le da un auricular con el que, afirma, podrá ingresar en realidad alternativas para resolver una cuestión que no conviene adelantar. Es, pues, el principio de una hecatombe de realidades múltiples –algunas, felizmente ridículas; otras, pavotas al extremo– que, para colmo, obliga a los personajes a detenerse en medio de la acción frenética para explicar qué está pasando y cómo es la “lógica” del asunto.
Una “lógica” que de tal tiene poco y nada, pues los Daniels la bombolean según las necesidades del momento. Recién en último de los tres actos en los que se divide la película los muchachos paran (un poquito) la pelota para que los personajes adquieran algo parecido a una humanidad. Pero a esas alturas es muy tarde: Todo en todas partes al mismo tiempo ya es un fuego artificial desvaneciéndose en el aire tibio de la noche navideña.